Prólogo

17.1K 1.5K 1.1K
                                    


Seguí sin entender el porqué estaba allí parado, tomándome del estómago y evitando vomitar en el suelo beige o en las paredes multicolor que adornaban el bar. Debía hacer un gran esfuerzo como para ver alrededor y no lanzar lo que había comido esta tarde.

—Entonces —empecé, casi gritando a través de la música pop que pasaban a todo volumen—, ¿debo quedarme aquí unas tres horas hasta que te aburras de bailar?

Mara me miró como si tuviera que repetirme, obligatoriamente, toda la explicación que me había hecho horas antes en la escuela. Su camiseta sin mangas y llena de lentejuelas la hacía parecer a una de esas barbies extrañas con anteojos.

—¡Ya te lo he dicho! —gritó, para que la escuchara. La música era tan fuerte que mi garganta y mi pecho parecían retumbar—. ¡Si no vengo contigo, papá no me dejará venir!

Suspiré y me masajeé la sien, cerrando los ojos por unos segundos y tratando —sin éxito— de tranquilizarme. Mara era y fue una de mis mejores amigas desde siempre. Me ayudaba de niño y me ayuda en estos tiempos con consejos sobre chicas, basados en su experencia. Sí. Como han leído. Sobre chicas. No hacía falta confirmar más.

—¡De acuerdo! —respondí, entrecerrando los ojos para poder verla bien. Las luces titilantes me estaban cegando por completo.

En cuanto parpadeé, pude verla correr hacia la pista de baile en donde chicos y chicas se estaban toqueteando entre ellos.

Gruñí y me dirigí a la barra. Este lugar no era para nada cómodo. ¿Por qué se me había ocurrido aceptar su invitación?

Miré a la encargada y me sorprendí un poco. Era una chica parecida a una niña, con pelo rosa teñido y un ojo de cada color. Tenía heterocromía. Eso era algo raro de ver.

Me rasqué la mejilla, disimulando mi sorpresa, y miré hacia un costado. Volví a mirarla rápidamente al notar a una pareja de chicos gays besándose a mi costado. Me tapé la boca, ahogando una arcada.

—¿Qué hace un homofóbico en este lugar? —me preguntó la chica pelirrosa.

Yo me preguntaba lo mismo, hasta que recordé a Mara.

—Acompaño a una amiga —le respondí. Temblé un poco al escuchar a los gays hablándose entre sí con palabras bonitas. Miré a la chica, suplicante—. ¿Puedes darme algo para no vomitar?

—No tengo pastillas, solo tragos.

—¡Un trago, entonces! —pedí, un poco rápido. Me arrepentí al poner un poco de desesperación en mi tono. Aunque, vamos. Necesitaba algo. No quería arruinarle la noche a Mara y menos desmayarme en este tipo de lugar.

Ella asintió, como si estuviera acostumbrada a tipos como yo, y preparó alguna especie de bebida colorida con hielo. La había puesto en un vaso largo. Los colores azules y rosas del líquido me hicieron entrar en duda, puesto que ni siquiera me había preguntado la edad. ¿Tenía que estar feliz por parecer mayor de lo que era?

Nah, no debía darle importancia. No era la primera vez que Mara venía a lugares donde personas menores de edad bebían o... trabajaban como bartender.

Al terminar, me lo extendió diciendo algo que no entendí y se fue a atender a otros clientes.

Bebí del sorbete y parpadeé al notar lo sabrosa y dulce que era. Entonces, supe que era la noche de arrepentimiento, ya que también me arrepentía de haberla tomado rápido. Quería más. Y aún no estaba ebrio, al parecer.

—Es adictiva —me advirtió la chica, al preparar el segundo vaso para mí.

Me encogí de hombros y seguí tomando. ¡Era extremadamente delicioso! No es que me gustara el alcohol, la verdad. Pero eso era... como una mezcla entre jugo de frutillas y naranjas.

Cómo dejar de ser homofóbico en 5 besosWhere stories live. Discover now