Miedos

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—¿Estás listo, Randy? —preguntó Sammy, rodeando mis hombros con su brazo.

Era fin de semana.

Como le había dicho a Takao días anteriores, había quedado con Sam para salir. No como una cita —tonto novio de Sam—, sino como amigos. Ambos queríamos pasar más tiempo con el debido al tiempo que había transcurrido, y pasar tiempo a solas sin molestias. No es como si quisiera estar tan solo con Sammy...

Sentí cómo su brazo aplicó un poco de presión, y luego cómo mis mejillas ardían.

Si hacía algo más, iba a derretirme.

—C...claro —respondí.

—Hace mucho que no íbamos juntos a la feria, ¿verdad?

Asentí varias veces, reservándome el hecho de tartamudear sin medida alguna.

Amaba ese toque cariñoso de Sammy. Esa sonrisa idiota que ponía aún cuando estaba triste, y esos labios que hacían atenuar el color de su piel trigueña. Esas pestañas medianas y esos ojos que siempre me habían visto de buena manera. Me habían visto como si fuera una persona normal, y no un torpe niño que siempre se le caía todo.

—Randy, se te está cayendo la saliva. —Me sobresalté y salí rápidamente de mis pensamientos—. ¿Has visto algo que quieras comer o qué?

Él rió, mientras mis mejillas seguían ardiendo y me limpiaba la boca. Por suerte no se me habían caído la ropa interior por verlo.

En fin. "A ti", me hubiera gustado contestarle.

—N...no. A veces me sucede —mentí—. Me quedo congelado y la saliva se me cae.

—¿Es algún problema físico? ¿Quieres ir al hospital? —Su mirada se tornó preocupada.

—¡No! No te preocupes, Sammy. ¡Estoy bien! ¿Qué tal si vamos a alguno de los juegos antes de que se haga de noche? Ya sabes, mi hermana siempre se molesta cuando no llego a la hora dicha.

—Oh, cierto. Tu hermana mayor, ¿verdad?

—¡Sip! Ella me prepara los dulces —expliqué.

—Sigo sin entender cómo no tienes diabetes —bromeó sonriendo—. A decir verdad, cuando era pequeño tú me la dabas sin tener azúcar en la boca.

Arqueé una ceja, sin entenderlo. ¿A qué se había referido? ¿Yo le daba diabetes? ¡¿Eso era malo o bueno?! ¡¿Contaba como halago?! La diabetes era mala. ¿Por qué sería un halago?

Ahora eran sus mejillas las que se habían sonrojado ahora.

¡¿Tenía fiebre?!

—¡¿E...estás bien?! —pregunté con rapidez.

Se tapó la boca y se giró, encorvando su espalda y tomándose del estómago.

Pensaba que él iba a vomitar, hasta que escuché su risa. Estaba riéndose a carcajadas.

Suspiré de alivio.

—¡Sammy! —me quejé—. No me asustes así. ¿Qué es lo que da risa?

—¡Tu inocencia! —exclamó—. ¡Eres tan adorable e inocente!

Maldije una y otra vez la existencia del novio de Sammy. ¡¿Por qué diablos existía?! Yo quería a Sam. ¡Yo necesitaba a Sam! ¡De seguro el cabeza de fósforo no entendía lo que Sam valía en verdad! ¡Era tan injusto!

¡No! ¡No debía darme por vencido! Aún tenía una oportunidad. ¡Lo sabía!

Sonreí y, dando un pequeño salto, lo abracé con fuerza.

Cómo dejar de ser homofóbico en 5 besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora