Beso 2: en la mejilla II

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Horas después de haber vomitado, agradecí que mi madre estuviera de viaje. El profesor había entendido mi actitud de ebrio estúpido, para más tarde enviarme a casa temprano.

Como de alguna forma debía distraerme de aquellos recuerdos morbosos, decidí hacer un trote nocturno. No era de hacer deporte a la noche, pero no tenía otra cosa qué hacer. Los deberes me los había perdido y no se los podía pedir a Mara, ya que ni siquiera los había copiado o visto. Eso era lo único malo de tener a una amiga vaga, geek y gamer.

Empezaba bien mi ritmo. Como aún era verano, la noche estaba perfecta y no se notaban ladrones o personas sospechosas de las cuales dudar.

Todo iba perfecto según lo planeado, hasta que me tocó pasar a un lado del bar que casi me hizo perder mi hermoso hígado.

Aumenté la rapidez de mi corrida, sosteniendo mi estómago por el mero recuerdo.

Y como si Superman estuviera del lado malvado, algo rozó mi nariz sin que pudiera ver qué era. Por lo que pude procesar en los primeros segundos, concluí que alguien había lanzado algún objeto contra mi bello rostro.

Por supuesto, me detuve para ver quién era el estúpido causante.

Bajé la cabeza y noté un celular de última generación en el suelo. Estaba sonando con un tono altamente irritable con un número desconocido en la pantalla táctil, que de suerte no se había roto.

Sin más, lo tomé, curioso.

—No contestes. —Oí a mi costado, una voz conocida.

En cuanto giré para ver de quién se trataba, los esfuerzos por no tener arcadas se fueron a la tumba de Voldemort. Allí mismo, a menos de tres metros enfrente mío, se hallaba el gran chico gay de mis pesadillas: Joseph.

—Ah... ¿esto es tuyo? —pregunté tragando saliva y extendiéndole el celular.

—Sí, tíralo. Deshazte de él —contestó con una mueca. Al parecer aún no me había reconocido por las luces no muy deslumbrantes del lugar—. Te lo regalo si quieres, pero borra mis datos.

Arqueé ambas cejas, extremadamente confundido. La maravilla que tenía en mi mano debía valer bastante... ¿y él me pedía que lo tirara? ¡Estaba loco! Una razón más para detestar a las personas como él.

—¿De verdad?

—Sí —respondió. Y como si en verdad no le importara, bufó y abrió la puerta del bar para poder volver a entrar.

—No, espera. —Lo tomé del brazo y lo obligué a que me observara.

Su mueca se hizo más visible al verme. Alejé mi mano rápido, esperando que no malentendiera las cosas. No era como si quisiera tocar a alguien como él.

—¿Tú de nuevo?

—Eh, eso debería decir yo —me quejé, ignorando la musiquita del teléfono—. No puedes tirar esto.

—Dije que te lo regalo.

—Si no quieres que esta persona te llame, solo pon bloquear —comenté.

No es como si me importara lo que él hiciera, pero no podía aceptar un regalo de él. Tampoco podía aceptar que lo tirara. Sería un gran desperdicio. Es decir, mi celular valía menos de la mitad de esa cosa. ¿Era en serio lo que estaba haciendo?

—No puedo hacerlo, me seguirá llamando —farfulló desviando la mirada.

Ladeé los ojos.

—Entonces solo inventa una tonta mentira. ¿Cuál es tu problema?

—No..., no puedo. Es difícil.

¡Tontos gays! Nunca podían hacer nada. ¿Acaso debían hacer todo por ellos?

En cuanto el celular sonó de nuevo, contesté la llamada.

—No llames más a este teléfono —dije rápidamente, sin dejarle hablar a la otra persona del otro lado de la línea.

—¿Joseph? ¿Quién habla? —Escuché. Empalidecí cuando noté que era la voz de un chico joven, masculina—. Dame con Joseph, por favor.

Miré al gay, extrañado. ¿Ese chico era un acosador o algo por el estilo? ¡Qué desperdicio de humanos!

—No, no te daré con él —contesté—. Y que ni se te ocurra llamarle de vuelta llamaré a la policía, ¿me has oído? Deja de acosarlo.

—Soy su amigo, tengo derecho —dijo el chico de la línea—. Debo decirle algo. Pásame con él.

Fruncí el ceño de inmediato. ¿Su amigo? Oh, por favor. Que fuera su amigo no significaba que tenía derecho alguno de acosarlo o molestarlo. Por algo no quería atenderle, ¿no? ¿Qué le costaba aceptar esa decisión?

¡Si quería decirle algo, que fuera por otra persona! Una que no fuera tan detestable.

—Y yo su novio, deja de joder —balbuceé.

Antes de quedar como un cordero con disfraz de lobo, corté y le devolví el celular al pelirrojo. Me miraba con sorpresa, sin entender.

No me percaté de lo que había hecho hasta que mi cerebro se enfrió.

De nuevo, había metido la pata bien en el fondo. ¡Dije que era el novio de un chico! ¡¿Estaba drogado?! ¡¿Qué demonios me ocurría?!

Oh, dios. Fue un impulso. Por favor, fue un impulso... Tranquilo, Sam. Sólo fue un impulso. Eso te pasa por ser generoso. Por ser un idiota generoso.

—Aclaro que fue una mentira —comenté con rapidez.

—P...pero... ¿no eras homofóbico? Se supone que me tienes asco.

"Y mucho", tuve ganas de decir.

—Oh, no. Los vómitos de hoy fueron por el alcohol de ayer —expliqué. En parte, era verdad. Tuve vómitos por el alcohol, aunque aquellos se aceleraron gracias a él.

Esperen, ¿por qué estaba mintiendo un poco? ¿Por qué me estaba justificando?

Él frunció el ceño.

—No te creo.

—¿Por qué? —pregunté.

Infló las mejillas. Por un momento creí que eso se vería tierno en una chica.

—Porque no...

—¿Y cómo puedo probártelo?

—Y yo qué sé —gruñó.

Bufé y, cobrándole todos los favores que le debía, me incliné y le besé la mejilla. Luché contra mi estómago, mi cerebro, y mi sentido común.

—¿Ves? No me asqueó —mentí.

Cómo dejar de ser homofóbico en 5 besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora