Fin I

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Aproximadamente 10 años después

SAM

Hacía frío. Muchísimo frío. Tanto que no sólo se me obligó a ponerme doble abrigo, sino también guantes y bufanda para envolver mi cuello y parte del mentón.

Detestaba cuando nevaba. Mi nariz se congelaba al igual que mis mejillas. Las personas parecían más apuradas que de costumbre en llegar a sus casas y con razones de sobra. Al menos allí podían tomarse algo cálido y pensar en otras cosas que no fueran el cómo la nieve tapaba a los árboles del parque.

Era el camino que siempre hacía, aún cuando estaba distraído por los exámenes de la universidad y mi empleo. Quién diría que la vida de adulto podía ser tan... rutinaria.

Sólo podía darme el lujo de poner las manos en mis bolsillos y rezar por que el autobús llegara a tiempo esa vez.

El camino dentro del parque estaba casi vacío si no fuera por mí y otras personas. Los árboles lo rodeaban, pareciendo un laberinto. Si los edificios altos y ruidos de la calle no existieran, seguro me perdería o mi cerebro creería que se trataba de alguna especie de sueño. Mucho más cuando el cielo sólo mostraba aquellos copos de nieve caer como si nada.

Seguía en mis pensamientos de querer volver al verano mientras bostezaba, hasta que una cabellera pelirroja me sacó de mis pensamientos. Llevaba la mirada fija en su camino, ignorando todo lo demás.

Sus ojos azules como el mar, tal como los describía mi yo adolescente, no habían perdido aquel brillo ni siquiera por casualidad.

Creía que era una especie de alucinación. Algo causado por haberme abrigado tanto de golpe o por sentir que mi nariz estaba a punto de romperse por congelación. Estaba en un tal limbo de indecisión que mi cuerpo se había quedado rígido, observando cómo pasaba a metros de mi lado y seguía de largo sin notarme.

Sentía mi boca seca y rasposa al dejarla abierta por varios segundos.

No dudé. Usé mis cuerdas vocales, desconociendo aquel humo blanco que salía de mis labios en cuanto mi voz sonó:

—Joseph —le llamé.

Se detuvo al escucharme, girando por impulso.

Ninguno de los dos reaccionó como esperábamos, por supuesto. Ambos, inmóviles, nos quedamos observando uno al otro como si fuéramos fantasmas.

Sí, fantasmas. Algo parecido. Podríamos serlo uno para el otro luego de aquel día en el que nuestra relación terminó por obvias razones. Ambos nos queríamos y duramos bastante. ¿Quizá uno, dos años? Había olvidado la cuenta de cuánto duró aquel romance extraño de secundaria que actualmente me daba vergüenza pensar. Malas condiciones fueron los que nos separaron, decidiendo cortar contacto y mudarnos sin avisarnos.

Ninguno de los dos fue capaz de buscar al otro. Y estaba de acuerdo con eso. Era una tontería hacerlo.

—¿Sammy? —preguntó, cortando aquella escena que pareció pausada. Sonrió a medias, negando con la cabeza—. Increíble. ¿Eres tú?

—Pues, sé que me veo menos guapo con ojeras y bolsas —contesté, bromeando—. Pero sí, soy yo.

Joseph rió. Sentí algo de nostalgia al ver su sonrisa de nuevo, pero no más que eso.

—Estás igual de tonto, por lo que veo. ¿Cómo has estado?

Apreté los labios y volteé los ojos, sin saber qué responderle. Inconscientemente, me apretujaba un poco entre el abrigo y la bufanda para resguardarme del frío. En serio estaba congelándome y ver al primer chico del que me había enamorado cuando era adolescente, no era suficiente razón para morir de esa forma.

Cómo dejar de ser homofóbico en 5 besosWhere stories live. Discover now