Fin II

1.6K 210 95
                                    

Me senté en una de las sillas pequeñas del jardín de infantes, haciendo mis rodillas temblar al agacharme tanto. Ser alto y sentarse en una de aquellas no era para nada divertido. Además, ¿cómo hacían los niños para crecer tanto? ¿Yo me sentaba en una de estas cuando era más pequeño? Apenas recordaba lo que cenaba el día anterior, ¿cómo recordar si lo hacía o no?

—Sam, vas a romper la silla —se quejó Randall, suspirando.

Le quité la lengua en forma de broma, sonriéndole. Llevaba puesto unos broches en el cabello, junto con su delantal azul con bolsillo. Tenía que admitir que ser maestro de jardín de niños le había sentado bien. Era el único que podía igualar una actitud infantil sin dejar de ser adulto.

También el único con suficiente paciencia para ello, claro.

—No estoy tan gordo, ¿de qué te quejas? —bromee—. No voy a romper tu delicada silla para niños.

Ladeó los ojos. Pareció querer quejarse también, pero no agregó palabra alguna. Se sentó en una de las otras sillas, haciendo una pequeña mueca adorable con los labios.

—Entonces...

—¿Entonces...? —repetí, sin entender.

—Viste a Joseph.

Asentí. Supuse que Sean le había contado. Después de todo, ellos eran mejores amigos. No por algo lo conocí con facilidad.

—Charlamos y nos disculpamos —expliqué, antes que nada—. No vayas a pensar otra cosa, por favor.

Randall negó con la cabeza. Lo que más notaba de ambos, era como nuestra mirada había cambiado con el tiempo. Ambos nos habíamos vuelto más cansados, pero el brillo seguía allí por distintas razones. La de él: cumplir su sueño. Abrir un jardín de infantes, casarse con Takao, ser feliz.

La mía... supongo que ser y sentirme amado. Creo.

—No voy a pensar nada extraño. Sé lo mucho que amas a Sean. Joseph más bien fue un amor de secundaria. No, perdón. Eso le quitó mucho valor. Soy algo malo con las palabras aún —rió, con ternura—. ¿Tu primer amor? Sí, diría que eso. Pero el que haya sido primero no lo hace más importante que otros. Sólo lo hace eso. Primero.

No entendí a qué iba toda esa charla. Randy era de hablar mucho, sí. Mis orejas ardían cada vez que nos juntábamos y eso era mucho.

—¿Y qué quieres decir?

Sentí algo de escalofríos cuando sus ojos se pegaron a los míos. Tantos años conociéndome hacía que sintiera que juzgaba hasta el último y mínimo porcentaje de mi cerebro.

—El que hayan hablado es algo bueno. Sentías mucha culpa, ¿cierto?

Apreté los labios, sintiéndome expuesto.

Ah, diablos. Ni que pudiera mentirle. Maldito enano diabético.

—Fui una persona horrible en su momento —respondí—. Incluso con Takao. Ni siquiera sé cómo fue capaz de disculparme por lo que hice.

—Mi poderosísimo esposo es una persona de buen corazón —presumió, cruzándose de brazos mientras sonreía—. A que atrapé uno bueno, ¿cierto?

—Si quieres presumir sobre tu esposo puedo hacer lo mismo con mi comprometido. Hace los mejores panqués del mundo.

—Sí, puedo verlo. Has engordado —recalcó.

Sentí mis mejillas arder. ¡¿Tanto se notaba?!

—¿Se me ve la panza...? —pregunté, en un susurro, aunque estuviéramos solos en la sala—. Estoy algo gordo, pero por alguna razón a Sean le gusta eso.

Cómo dejar de ser homofóbico en 5 besosWhere stories live. Discover now