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HASTA QUE ME OLVIDE DE TI
Por Ami Mercury


I



El Reo era una ciudad pequeña situada entre montañas, de difícil acceso por carretera, sin aeropuerto ni estación de tren y con un clima muy poco agradable. Los días de sol podían contarse con los dedos de las manos: había intensas nevadas en invierno, fuertes lluvias en otoño y primavera con frecuentes inundaciones y los veranos eran más bien frescos.

Sus habitantes, con una densidad de población muy por debajo de la de una gran ciudad, eran hoscos y fríos con los extraños pero cálidos con los suyos. Al tratarse de un lugar tan aislado, el turismo era anecdótico y la inmigración, casi inexistente. Y cualquiera habría imaginado que, en un lugar tan aislado y de condiciones tan duras, lo normal habría sido un éxodo continuo hasta convertirlo en una ciudad vieja y abandonada. Nada más lejos de la realidad.

El ayuntamiento, gobernado por habitantes sin aspiraciones políticas, ejercía cierta forma de autorregulación basada en la felicidad de la ciudadanía. Un buen sistema educativo y sanitario y unos bajos índices de desempleo y criminalidad sumados a una buena campaña de publicidad hacían que poca gente quisiera irse de allí a pesar de que, como en cualquier ciudad, no todo era perfecto. Había ricos y pobres. Había zonas altas y bajas, barrios lujosos, barrios obreros y hasta suburbios. Pero incluso en los suburbios uno podía salir en plena noche sin miedo y es que el nombre de la ciudad no estaba exento de cierta ironía, porque la única cárcel tenía casi todas las celdas vacías. Niels, de hecho, ni siquiera conocía a nadie que hubiese sido víctima ni testigo de algún crimen. Tampoco conocía a nadie descontento con el sistema o infeliz con su vida y él mismo no podía negar que no le faltaba de nada.

Acababa de cumplir los treinta. Su cabello, al contrario que el de la mayoría de sus amigos, estaba exento de canas y tan solo unas marcas ligerísimas en su entrecejo delataban que ya no era un chaval. Tenía los ojos azules, un rasgo tan común entre la población de El Reo que ni siquiera llamaba la atención, y un cuerpo bien trabajado a base de gimnasio. No era vanidoso pero le gustaba cuidarse y si, de paso, estar en forma le ayudaba a no dormir solo de cuando en cuando, bienvenido sea. No es que lo consiguiera muy a menudo.

Por eso llevaba tirándole la caña al camarero desde hacía un buen rato. No contaba con que los cenutrios de sus amigos no supieran leer entre líneas. O no quisieran.

Otto le agarró del brazo por quinta o sexta vez en la noche. Habían quedado todos en el bar de siempre para celebrar su cumpleaños y, entre partidas de billar, cervezas y cacahuetes, la fiesta no había decaído desde hacía un par de horas.

—Venga, que te toca —le recordó Otto devolviéndole el taco.

Era el bonachón del grupo. Un armario ropero hecho persona con toda la cara llena de pecas, el pelo corto y rojo y torpe como él solo. No habían ganado una sola partida esa noche pero, a esas alturas, a Niels ya había dejado de importarle.

—Mira, juega tú por mí. Si de todas formas te basta con mirar a la mesa para joder la partida, no necesitas mi destreza.

—Que sí, hombre, que sí. Esta la salvas, fijo.

Niels resopló. No era malo en ese juego pero era imposible conservar la puntería cuando se había ingerido la cantidad de alcohol que llevaba él en el cuerpo. No era bebedor. Algo de vino en fiestas y reuniones familiares, una cerveza de vez en cuando y alguna que otra juerga pasada de rosca pero poco más. Ya tuvo suficiente cuando, de adolescente, se bebía hasta el agua de los floreros. A decir verdad, hacía muchísimos años que no cogía una cogorza como la de aquella noche.

Hasta que me olvide de ti (#LatinoAwards2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora