XIV (Parte 1)

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HASTA QUE ME OLVIDE DE TI
Por Ami Mercury


XIV (Parte 1)


La alarma del teléfono móvil sonaba con insistencia desde hacía un par de minutos. Su dueña, apenas consciente, ya la había aplazado en dos ocasiones y ahora, después de ignorar el molesto zumbido con la esperanza de que finalizara por sí solo, empezaba a resignarse al hecho de que no le quedaba otro remedio que levantarse de la cama. Acurrucada bajo un grueso edredón de plumas, solo quería seguir durmiendo, pero el teléfono, que no callaba, se encargaba de recordarle que no podía ser.

Sacó la mano para, a tientas, tocar el botón lateral. Era consciente de que, con ese gesto, solo conseguía diez minutos más de sueño ligero, pero tenía el cuerpo pesado, afuera hacía frío y no sentía el más mínimo entusiasmo ante la idea de empezar un nuevo día.

No obstante, y guiada más por responsabilidad que por motivación, empezó a arrancar al fin.

Gimió un poco al poner los pies en el suelo. Estaba helado y no se lo esperaba, pues su intención era dejarlos sobre las zapatillas de andar por casa, que estaban de cualquier manera debajo del somier. Necesitó un rato para dar con ellas y de otro más, una vez había metido los pies, para levantarse de una buena vez. Tenía una larga melena pelirroja muy despeinada, con muchos enredos y algo de grasa en las raíces. El rostro, de piel ligeramente cenicienta, aún conservaba las marcas de los pliegues de la funda de la almohada. Sus ojos, aunque eran grandes, en esos momentos se mantenían ligeramente entornados, con los párpados pesados y restos de legañas. Bajo los mismos, las oscuras ojeras se combinaban con una ligera hinchazón para terminar de darle ese aspecto agotado en el que ella ni reparó al pasar por delante del espejo de cuerpo entero que había junto a la cama.

Arrastró los pies hacia la cocina, de la que ya provenía el aroma a café y a pan tostado. Vestía con una amplia camisola de algodón que le cubría solo lo justo para ocultar que no llevaba ropa interior. De todas maneras, la longitud de la prenda fue inútil en cuanto la mujer tomó asiento, pues no tuvo el más mínimo cuidado de taparse, ni siquiera ante la presencia del hombre que la esperaba. Tampoco había necesidad: tenían confianza de sobra. El motivo de su descuidada actitud, sin embargo, era menos cotidiana y más grave.

—Buenos días —saludó el hombre, de espaldas.

—¿Qué hay de desayunar? —dijo ella como toda respuesta.

Arrastraba las sílabas, vocalizaba mal y hablaba despacio, pensando cada palabra antes de decirla. El hombre depositó una bandeja ante ella: café con leche, un par de tostadas con mermelada, huevos revueltos, dos mandarinas y un pequeño tarro con tapón de rosca lleno de una sustancia gelatinosa de color rosáceo.

—Voy a llegar tarde —comentó él, al verla observar su bandeja sin mostrar señales de querer empezar a comer.

Entonces, sin ningún tipo de reacción que exteriorizara su opinión al respecto, la mujer usó ambas manos para apartarse la maraña de cabello e inclinó la cabeza hacia un lado con la mirada perdida en el infinito. No emitió sonido alguno cuando los colmillos le atravesaron la piel ya marcada con heridas viejas y nuevas.

El vampiro bebió a tragos largos y no se detuvo hasta percibir debilidad en la mujer. Solo entonces dio una última y fuerte succión, que terminó de amoratar toda la zona alrededor de la herida y lamió con la punta de la lengua los dos agujeros antes de separarse. Sonrió al hacerlo.

—Gracias, querida. —La besó en los labios, que quedaron manchados de escarlata—. Cómetelo todo. Y date una ducha.

Y, sin volver la vista atrás, se dirigió a la salida del apartamento.

Hasta que me olvide de ti (#LatinoAwards2020)Where stories live. Discover now