XII (Parte 2)

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HASTA QUE ME OLVIDE DE TI
Por Ami Mercury


XII (parte 2)

La penumbra en la habitación era total gracias a la gruesa manta que colgaba de una barra delante de la ventana. Afuera, el sol comenzaba a asomar tímido entre las montañas, pero los dos hombres que ocupaban la cama dormían profundamente, ignorantes de que ya había amanecido.

La puerta no hizo ningún sonido al abrirse, ni tampoco el intruso que, con sigilo, acababa de colarse en el interior. La dejó entreabierta para no despertar a los durmientes y, tras dar un par de pasos hasta los pies de la cama, se quedó allí de pie, observando.

Bastaron unos segundos para que Viktor percibiera su presencia. Guiado por su agudo instinto, lo primero que hizo fue echarse encima de Sigurd para así protegerle con su cuerpo de una posible amenaza.

Pronto supo que la amenaza no era real.

—¿Berdon? ¿Qué...?

El recién llegado le dedicó una sonrisa triste.

—Lo siento.

—¿Berdon? —Sigurd, que acababa de despertarse por culpa del peso que tenía encima, reconoció al instante la voz de su amigo.

—Lo siento, de verdad —insistió este.

Viktor, cuyo instinto era más fuerte que su voluntad, aún ejercía de escudo con su pareja pero este, que no percibía ningún tipo de peligro, le consiguió apartar y se incorporó sobre el colchón.

—¿Estás bien?

Berdon negó con la cabeza.

—Os quería pedir disculpas. Lo que dije antes... Perdonadme, por favor.

—No digas tonterías. Anda, ven aquí.

Aunque mostró cierta reticencia a aceptar la invitación de Sigurd, al final se dirigió hacia el lado que este ocupaba y tomó asiento al borde del colchón. De inmediato, dejó que tirara de él hasta recostarle sobre su hombro.

—No son tonterías. Sé que os duele y lo he dicho por eso, pero es que... a veces...

Exhaló fuerte por la nariz. Sigurd compartió una mirada con Viktor, que ya estaba relajado por completo, y este le puso la mano en la espalda a Berdon para reconfortarle, aunque no podía negar que, en el fondo, todavía se sentía algo dolido por lo que les dijo la noche anterior.

Y es que Berdon se había atrevido a poner en palabras una realidad que conocían de sobras y que preferían hacer como si no existiera. Hacía mucho que ellos dos habían hablado del tema y la conclusión siempre era la misma: Sigurd no estaba completamente seguro de si quería dar el paso y Viktor se negaba en rotundo a condenarle a una vida como la suya. Además, él había perdido la capacidad de crear a nuevos vampiros. Podía beber sangre valiéndose de ayuda, por supuesto, y compartir también la suya, pero el procedimiento requería más que eso. El mordisco era primordial y Viktor tenía los colmillos limados. Ambos coincidían en que aquel intercambio era lo más íntimo que podrían tener y se negaban a que fuera otra persona quien lo realizara. Así, no les quedaba otro remedio que vivir sus días en común con la seguridad de que Sigurd envejecería, que llegaría el día de su muerte y que, para Viktor, su tiempo juntos no habría sido más que un suspiro. Un triste destino que no querían recordar.

Si perdonaban a Berdon, del mismo modo que le habían perdonado en ocasiones anteriores en que su malhumor le había llevado a dedicarles palabras igual de hirientes, era porque sabían que su destino era ley de vida; no así el que le tocó vivir a él.

Hasta que me olvide de ti (#LatinoAwards2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora