XIX (Parte 1)

156 21 22
                                    

HASTA QUE ME OLVIDE DE TI
Por Ami Mercury


XIX (parte 1)

El silencio era pesado en aquel ascensor. Podía respirarse la animadversión entre sus tres ocupantes que, no obstante, mantenían una forzada cordialidad. Tal vez, en otras circunstancias y bajo premisas diferentes, podrían haber llegado a ser amigos. O tal vez no se habrían conocido en absoluto. En cualquier caso, Karl tenía claro que odiaba encontrarse con esos dos tipos y que el sentimiento era mutuo.

Él mismo los había convocado allí. Tenía algo que enseñarles, algo que, esperaba, los complacería. Y no es que le importara demasiado impresionar a ese par de capullos, pero prefería no tener que soportar sus increpaciones más veces de las necesarias.

Muchos pisos más abajo, el ascensor se detuvo y los tres salieron a un pasillo anodino. Las paredes eran grises, la iluminación, tenue, y a ellos llegaban lamentos apagados desde varios puntos.

Frente a la puerta del ascensor, un único agente de policía montaba guardia junto a un arco detector de metales, un escritorio y un ordenador de sobremesa.

—Señor —saludó el agente, con la mano extendida.

Karl entregó su arma, el pequeño botiquín portátil que llevaba y su identificación para que el hombre los examinara. Luego atravesó el arco y dejó que le mirara la dentadura y comprobara su temperatura corporal con un termómetro láser.

Era el procedimiento estándar. Veía a ese hombre casi a diario, pero no se quejó. Tampoco lo hicieron sus dos acompañantes, que se sometieron a los mismos exámenes y, una vez hubieron recuperado sus efectos personales, emprendieron el camino hacia el fondo del pasillo.

Había puertas de acero a ambos lados. Karl conocía lo que ocultaban; él mismo había cerrado con llave un gran número de ellas. Frente a las mismas, en el techo del corredor, una cámara apuntaba a todas y cada una. Su primer destino se encontraba a varios metros.

La cerradura resonó en el opresivo ambiente. Los lamentos aumentaban de intensidad a su paso; incluso oyeron algunos gritos apagados que ignoraron por completo pero, al abrir la puerta, todos quedaron en silencio.

—Os presento a Anneli.

La mujer que ocupaba la celda reaccionó al oír su nombre. Se encontraba sentada en un camastro y, con pesadez y lentitud, se puso en pie y dio dos pasos. Karl la detuvo con un gesto de advertencia.

—Quieta, ya sabes cómo funciona esto.

—¿Vienes a llevarme con él? Por favor, dime que... —De repente, su atención recaló en los otros dos hombres, a quienes no había visto nunca—. ¿Quiénes son?

—Los que mandan —replicó Karl—. Ellos son los que pueden decidir si os liberamos a ti y a tu amante o si os dejamos aquí.

De repente, los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas y, sin que Karl hiciera un esfuerzo real por evitarlo, se echó a los pies del más cercano a ella.

—¡Por favor, por favor! —gimió, agarrada al pantalón sin planchar que vestía—. ¡Harald no ha hecho nada! ¡Yo no he hecho nada, tienen que creerme! ¡Déjenme verlo, se lo ruego!

Karl observó no sin cierta satisfacción que los dos visitantes estaban nerviosos. Retrasó algunos segundos más el momento y, finalmente, la retiró y la obligó a ponerse en pie.

—Sin tocar, Anneli, recuérdalo.

—Lo siento.

—¿Quién es? —quiso saber el hombre de pelo largo, el que siempre llevaba camisetas impresas.

Hasta que me olvide de ti (#LatinoAwards2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora