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Llegó al restaurante en menos de nada, y la encontró con los codos apoyados en la mesa, el rostro entre las manos y mirándolo con picardía. Carlos sentía que la sangre no le llegaba a la cabeza. Miró en derredor; era un buen restaurante. ¿Qué rayos estaba pasando aquí?

—¿Es esto una broma?

—No, claro que no. Siéntate.

—¿Y por qué sonríes?

—Señor Soler —dijo ella imitando su voz—, aunque no lo parezca, soy capaz de sonreír.

—No a mí —eso la hizo reír.

—Tú pagarás la cuenta.

—Ah —dijo él, sentándose al fin, pero sin dejar de mirarla. La encontraba particularmente hermosa ese día, su risa juguetona y la manera como lo miraba no era ni parecido a como ella solía ser cerca de él. Sabía que reía y que jugaba porque la había visto hacerlo con sus hermanos y amigos, pero él nunca había sido destinatario de este tipo de atenciones.

Ana llamó al mesero, éste se acercó y ella le informó que ya podía traer los platos. Carlos frunció el ceño, entonces ella se explicó:

—Tu ex novia me trajo aquí. Tal vez dije algo que la disgustó, porque salió corriendo. Yo no puedo permitirme pagar esta cuenta, y tampoco puedo quedarme lavando los trastos en compensación ya que tengo que ir a trabajar. Así que decidí que era tu culpa y te hice venir. Fin.

Carlos no había dejado de mirarla ni un momento mientras hablaba. Tan enamorado, tan enamorado. Parpadeó y bajó la mirada. Sospechaba que sus pupilas se habían convertido en dos corazoncitos.

—E... está bien. No es como si hubiese sido tu primera opción, y esto parece más un cobro de responsabilidades, pero está bien—. Ella volvió a sonreír, y era una sonrisa auténtica. El corazón de Carlos se saltó un latido.

—Eres demasiado sumiso.

—No lo soy.

—Sí, yo creo que lo eres. Y ya deja de mirarme así.

—Así cómo.

—No sé. Me pones nerviosa—. Carlos sonrió. Tan feliz, tan feliz... Que alguien le trajera papel y lápiz, ¡¡¡tenía un soneto que componer!!!

Cálmate, se dijo. Controla tus impulsos. Además, que ella estuviera de este humor no significaba nada.

Aclaró su garganta, y volvió a llamar al mesero. Le pidió dos copas del mejor vino que tuviera, y ya que era él quien iba a pagar la cuenta, Ana lo dejó.

—Entonces viniste con Isabella.

—Tuvimos una conversación de chicas. Concluimos que te odia, pero no me dice por qué. ¿Quieres contarme tú? —él se puso visiblemente incómodo.

—Tal vez... tal vez no sea el momento de revelar algo así.

—Vaya, ahora me has dejado intrigada. Tiene que ser algo del tamaño de un elefante.

—Algo así.

—¿Le fuiste infiel?

—No —contestó él frunciendo el ceño.

—¿Le pegaste?

—¡Claro que no!

—¡Te fuiste sin pagar la cuenta! —Carlos sonrió, sacudiendo su cabeza.

—Ella tiene motivos, créeme eso.

—No, no... si tú admites haber metido la pata, es que es... Dime, ¿qué fue? —Carlos estaba rojo. Ana se dio cuenta de que nunca lo había visto tan sonrojado. Llegó el vino, y él casi vació la copa. Lo vio tomar aire.

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu SilencioWhere stories live. Discover now