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Carlos entró a su casa y la encontró bastante silenciosa. O tal vez era que iba tan furioso que no escuchaba nada alrededor. Entró a la biblioteca, donde usualmente encontraba a Ana, pero no estaba allí, en su lugar, estaban sus libros y apuntes. Eso indicaba que no tardaría, y necesitaba hablar con ella de una vez por todas.

Cuando se asomó al escritorio, encontró algo que lo puso de peor humor: las cuentas de Ana.

En un lado estaba la lista de sus ingresos, su nimio salario, y al otro, sus gastos, representados en los estudios de sus hermanos, el cálculo de los gastos mensuales de alimentación, transporte y vestuario, y se hacía obvio que la diferencia era descomunal.

Ana estaba pensando huir otra vez. De nuevo había vaciado sus cuentas, de nuevo estaba calculando cuánto valía vivir por su propia cuenta, pero ah, esta vez lo iba a escuchar.

Tenía su cuenta vigilada precisamente por esto. Nunca había hecho algo así, estaba rayando los límites de la demencia, y era por ella, ella lo estaba enloqueciendo.

Ana entró a la biblioteca y se detuvo en sus pasos cuando lo vio allí.

—Ah... Carlos... No te esperaba tan temprano.

—¿Quieres explicarme para qué quieres tú mil dólares? —Ana palideció. ¿Cómo sabía él que ella había retirado esa cantidad exacta hoy?

—¿Qué? Cómo...

—¿Cómo? —rebatió él—. ¿De dónde crees que sale el dinero de tu cuenta? ¿Acaso crees que luego de lo que hiciste no tengo todo bajo control?

—Me tienes vigilada?

—Claro que te tengo vigilada, ¿crees que confío en ti? Sacaste casi dos millones de pesos hoy, así que explícame, ¿¡para qué!? —Ana parpadeó repetidas veces, sintiendo un enorme peso en su pecho. Carlos nunca le había hablado así.

—Yo...

—¡Tú qué, Ana!

—Yo... te los pagaré. Se los di a... —Los ojos se le llenaron de lágrimas. Sentía que estaba hablando con un extraño, no con el hombre que había hecho que se enamorara de él por su dulzura, por su bondad—. Se los di a Isabella.

—¿Qué? —La voz de él fue de completo asombro, pero Ana no se dio cuenta ya de eso.

—Pero te pagaré —dijo de inmediato—. Tendrás que esperar... Es que también le debo dinero a Fabián, y a Ángela —señaló hacia sus apuntes—. Con mi salario me tomará varios años, pero te juro que soy buena pagando mis deudas—. Las lágrimas bañaban su rostro—. Es sólo que mis hermanos están tan contentos en ese colegio tan caro que Ángela eligió, y no puedo dejar la universidad, porque luego entonces ¿cómo hago para conseguir un buen empleo y pagar?

—Ana...

—Te pagaré, te juro que te pagaré, siento haberlo tomado prestado sin avisar, lo mismo que la cantidad que me llevé antes... No volverá a ocurrir, te juro que...

Carlos se acercó a ella, sintiéndose terriblemente mal al verla así. Había esperado una señora discusión, que ella intentara defenderse, justificarse, pero ahora estaba viendo la verdad de la mujer que amaba: siempre se había sentido sola en el mundo, y ahora que pensaba que él no estaba más a su lado, pues él mismo había llevado la situación a este límite, pensaba que tendría que enfrentarse otra vez al mundo con lo poco que tenía.

—Ana, no...

—Es que Isabella estaba tan mal —siguió Ana—, un hombre que su padre contrató quién sabe para qué ahora la amenaza a ella y yo la ayudé a huir del país. Ya debe estar lejos. No tenía a nadie más, y tú no me quieres hablar, no te podía pedir consejo, porque si me hubiese acercado a ti, me habrías despachado como lo has hecho siempre, y era tan urgente...

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu SilencioWhere stories live. Discover now