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Carlos entró a su habitación luego de llegar de la casa de Ana y de inmediato empezó a desvestirse. Estaba cansado; había sido un día largo, sin contar con sus actividades del medio día, y además, venía de un fin de semana en el que no había dormido nada. Para el día siguiente tenía más reuniones donde pensaba hacer diferentes nombramientos. Poco a poco Texticol estaba convirtiéndose no ya en una simple fábrica con prestigio, sino que, con la adhesión de Jakob, se le venían ideas a la mente en las que podría convertir su negocio en un importante grupo empresarial. Pero para eso necesitaría tiempo y más trabajo duro, y a veces se preguntaba si valía la pena el esfuerzo.

Judith entró a la habitación sin haberse anunciado, encontrándolo ya sin camisa. Se giró al instante para no mirarlo.

—¿Madre? —la saludó él, extrañado por su actitud.

—Lo siento, hijo, invadí tu privacidad —Carlos se echó a reír.

—No seas tonta, gírate. Soy tu hijo —Judith lo hizo, pero no le sostenía la mirada.

—Entré porque hay algo importante que quiero contarte. Te estuve llamando durante el día, pero no contestaste mis llamadas...

—Ah, sí... fue un día ocupado —dijo Carlos entrando a la pequeña habitación donde estaban los armarios.

—Sí, me imagino...

—¿Y qué era eso que querías decirme? —Judith respiró profundo. ¡Carlos había cambiado tanto con ella! Esperaba poder subsanar las cosas. No le hacía feliz aún que él hubiese elegido a Ana como su futura esposa, pero tal como había dicho Dora, si lo acosaba demasiado, él se empecinaría más, y si el amor entre los dos era verdadero, tal vez su hijo fuera afortunado. Si no, ella le serviría de paño de lágrimas. Realmente, no sabía qué esperar.

—Bueno... Hoy conocí a Isabella Manjarrez —Carlos salió de nuevo a la habitación y la miró fijamente—. Nunca me contaste que estuviste a punto de comprometerme con ella—. Carlos permanecía serio y en silencio. ¿Por qué no le decía nada? Se preguntó Judith.

—¿Se presentó ella?

—No. Me la presentó... su madrastra, una mujer llamada Lucrecia —Judith empezó a preocuparse, pues Carlos casi había hecho una cara de espanto. Luego lo vio recobrar la compostura, respirar profundo y mesarse los cabellos.

—Sí. Bien. ¿Tienes algo que decir?

—¿Algo que decir?

—Estuviste llamándome; ¿vas a decirme que Isabella es una mujer mucho más adecuada para mí que Ana?

—No, no era eso de lo que te quería hablar. ¿Por qué estás tan prevenido?

—¿Por qué será?

—Te prometí que le daría una oportunidad a Ana. ¡Lo decía en serio!

—Tú darle una oportunidad a Ana. Creí que era Ana quien debía darte la oportunidad a ti.

—¡Carlos!

—Si estás pensando hacer alguna patraña para que me separe de Ana y me junte con Isabella...

—¡Claro que no! ¡Ana, al fin de cuentas, es mucho mejor que esa niña! —Carlos la miró como si de repente a su madre le hubiese salido una oreja en la frente.

—¿Qué?

—¡Conoces a Lucrecia, y lo... lo "sin clase" que es! Si te juntaras con esa niña, estaríamos relacionados con esa gente de por vida —Carlos se echó a reír.

—Y yo aquí creyendo que habías cambiado.

—¡También! Pero... Dios, cambiar de pensamiento no es fácil, no se logra de un día para otro. Digamos que estoy en terapia intensiva, todo por ti y tu... tu novia. Y Lucrecia no me gusta. Hay algo en ella que... no sé, no me termina de convencer; y no es esnobismo, no es porque antes fuera la sirvienta de los Manjarrez y luego se convirtiera en la señora, es... es algo inexplicable... ¡Me repele! —Carlos se acercó a ella con mirada analítica.

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu SilencioWhere stories live. Discover now