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—¿Es esta la mujer que vio en el hospital? —le preguntó un oficial de la policía a Fabián, en las oficinas de la constructora Soler & Magliani.

Fabián miró y volvió a mirar la fotografía donde se veía el rostro taciturno de Lucrecia Manjarrez. De la mujer que inyectara el cianuro en la bolsa sólo recordaba cosas vagas, como la estatura, pues era demasiado evidente que era mucho más baja que él, el color de su piel, porque se veía en sus brazos, y la edad, por su corpulencia, o el andar.

No le había visto la cara, pues ella se había guardado muy bien de no mostrarla abiertamente. Se sentía un inepto, y lo odiaba.

Agitó su cabeza negando.

—Coinciden en el color de piel y la edad, pero... no puedo asegurar a ciencia cierta si es ella o no.

—¿Es consciente de que con eso no podemos llamarla para interrogarla? —Fabián sonrió irónico.

—¿Que si soy consciente? Si pudiera, devolvería el tiempo y con mis propias manos estrangularía a esa mujer, pero no puedo señalarla, se cuidó muy bien de que nadie le viera la cara—. El oficial guardó la fotografía con gesto adusto, como regañando a Fabián por no servir de mucho.

—Seguiremos investigando. Hemos revisado los videos de seguridad del hospital, y es como si esa mujer saliera de la nada para luego volver a desaparecer.

—Se nota que tiene experiencia en hacer cosas de este tipo.

—Sí, pero no se nos escapará —en el momento, la puerta de la oficina de Fabián se abrió y apareció Juan José, que al ver al oficial de policía se disculpó por interrumpir—. No importa —dijo él—. De igual modo, ya me iba —se giró a mirar a Fabián y siguió—: Si recuerda algún detalle más, no dude en llamarnos.

—Claro—. El oficial se fue dejándolos solos, y Fabián se recostó a su sillón cerrando fuertemente los ojos.

—¿Qué no te interrogaron el mismo día que ocurrió el caso? —preguntó Juan José sentándose al frente de su escritorio.

—Sí, pero no me enseñaron fotografías de Lucrecia en ese entonces.

—Ah... ¿y?

—No puedo asegurar que haya sido ella misma. Tendría que... no sé, tenerla al frente otra vez, y con la misma peluca, ojalá...

—Eso no pasará.

—Claro que no, lo que me deja sobre nada. No serví para nada en esa ocasión y eso me está matando —Juan José apretó los labios negando.

—No seas tan duro contigo mismo. Mira que yo también me quedé como un idiota cuando vi a Ángela reaccionar como lo hizo, y vi lo mismo que ella.

—Ángela fue como un ángel salvador para Sebas en ese momento. No me quiero ni imaginar lo que hubiera pasado... —Juan José sacudió su cabeza.

—Carlos acaba de llamarme —dijo luego, como recordando para qué había venido, al momento, se abrió de nuevo la puerta y apareció Mateo. Ambos se pusieron en pie y caminaron a él para saludarlo, pues había estado fuera del país bastante tiempo.

—¿Cómo es eso de que la casa de Ana ya no existe y casi muere Sebas en el hospital? ¿No se les puede dejar solos unos días que ya empiezan a ocurrir catástrofes? —Juan José rascó su cabeza.

—¿Ya la llamaste?

—Sí, en la noche iré a cenar con ellos. ¿Para qué me llamaste aquí? Soy un hombre muy ocupado, ¿sabes?

—Sí, sí. Se trata de Ana, precisamente. Carlos nos llamó pidiendo nuestra ayuda —Fabián y Mateo lo miraron con interés, Juan José siguió—: Necesitamos introducir a Ana en la sociedad, ya pidió la ayuda de otras personas, pero nosotros somos perfectos para eso. Los tres somos de muy buena familia, la mayoría sin escándalos demasiado graves en su historial—. Fabián se echó a reír.

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu SilencioWhere stories live. Discover now