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Llegaron y aún les quedaba un poco de sol que disfrutar. Carlos le prestó un teléfono desde el cual pudo llamar a sus hermanos y preguntarles cómo estaban, ellos, emocionados, le describieron todas las actividades realizadas desde el mismo momento en que habían llegado. Ana los escuchaba feliz. Cuando Silvia pasó al teléfono, no hizo más que reírse e insinuarle que lo pasara todo lo bien que pudiera, y que hiciera todo lo que ella haría en su situación.

—¿Y qué harías tú, señorita? —rezongó Ana en modo mamá protectora— ¡Te recuerdo que aún eres una niña!

Pero no lo era, ya pronto Silvia cumpliría su mayoría de edad, y no era tonta; sabía mucho del mundo.

Mirando el teléfono con ceño, se lo devolvió a Carlos, quien le preguntó acerca de sus hermanos.

El automóvil que Carlos había alquilado los llevó por un sendero desde donde se podía ver la playa, y Ana, al ver el azul del mar hizo tal exclamación que Carlos pidió detener el auto. Bajaron y caminaron hasta la arena de la playa. Como una niña pequeña, Ana se quitó las sandalias y caminó descalza hasta donde la espuma de las olas rozaba la arena; el final del océano.

El sol se ocultaba, ninguna nube obstaculizaba su luz, y pronto el cielo se vistió de tonos dorados y fucsia. Algunas gaviotas alzaron el vuelo buscando tal vez un lugar donde pernoctar, y Ana llenó sus oídos, y su alma, y hasta su corazón de todos los colores, los sonidos, los olores... y luego sintió la mano de Carlos en su cintura, y sus labios en su sien.

—Gracias, Carlos.

—Ah, bueno, pintar este paisaje fue un poco difícil, pero ha sido mi mejor obra de arte —ella se giró en sus brazos riendo.

—Me refiero a todo lo que me das, gracias por... por creerme, aun cuando tu madre quiso hacerme parecer ante ti como lo peor.

—No hablemos de eso...

—Gracias por amarme.

—Eso es muy fácil.

—Y gracias por no pensar en todas nuestras diferencias cuando decidiste luchar por mí —él elevó una mano y retiró un mechón de cabello que la brisa del mar había echado sobre su rostro.

—Sólo pensé que vivir sin la persona a la que mi corazón había decidido amar no sería muy inteligente de mi parte —ella volvió a sonreír. Se acercó más a él y lo rodeó con sus brazos.

—Es que tengo un novio lo más de listo.

—Mmm, eso si no contamos los años que fui tonto mientras traté de huir.

—Ya te lo he perdonado.

—Qué novia tan generosa —y al decirlo se inclinó a ella para besarla, sin importar si el chofer los aguardaba dentro del auto, o si alguien más los veía. Era un momento hermoso para los dos y ninguno quiso pasarlo sin su consabido beso.

—Creo que tenemos un problema —dijo él alejándose un poco y con el ceño fruncido.

—¿Un problema?

—Silvia me dijo que no tienes ropa para clima cálido.

—¿Qué?

Le pedí que te hiciera las maletas a tus espaldas, pero me dijo...

—Esa Silvia...

—Y como no envió ropa exterior, me temo que tampoco tienes...

—¡Voy a matarla!

—Así que tendremos que ir de compras.

—Te prometo que te pagaré...

—¿Quieres que tengamos nuestra primera discusión aquí? Yo inventé el viaje, yo pago los gastos colaterales... si se le puede llamar así. ¿Vamos? Debe haber buenas tiendas por aquí—. Ella lo miró terriblemente seria—. Qué —preguntó él.

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu Silencioحيث تعيش القصص. اكتشف الآن