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—¿Señor Soler? —Preguntó Andrea Domínguez asomando su bonita cara a la oficina de Carlos, que tenía la vista perdida entre los papeles que tenía en las manos. Él alzó la cabeza y se enderezó quitándose los lentes que usaba para leer. Andrea era una de las candidatas a presidir Jakob.

—Ah, sigue —le dijo, y Andrea avanzó sonriendo. Se sentó y cruzó las piernas a la vez que le pasaba a Carlos unos documentos y hablaba con soltura acerca de presupuestos y proyectos. Carlos tomó el papel tratando de seguirle el hilo a todo lo que decía, pero era difícil concentrarse. Si Ana no se hubiese ido, ellos en muy pocos días estarían cumpliendo cuatro meses de novios. Él hubiese estado ahora planeado una cena, una salida, o cualquier otra cosa, y la habría mimado tal vez en exceso para luego terminar haciendo el amor en su cama...

—¿Me estás escuchando? —preguntó Andrea, y Carlos parpadeó.

—Ah, sí. Claro, claro...

—Si quieres —dijo ella descruzando la pierna— vengo en otro momento—. No había momento en el día que fuera menos malo para él, pensó Carlos haciendo una mueca.

—Te debo una disculpa. No te estaba prestando la debida atención —Andrea lo miró estrechando sus ojos.

—Me parece que lo que tú necesitas es distraerte un poco. Estos días te he visto trabajando en exceso. Mira, esta noche hay un concierto de Jazz, y sé de buena fuente que te gusta. Podrías ir conmigo y un grupo de amigos...

—¿Diga? —dijo Carlos a su teléfono celular, pues este había timbrado mientras Andrea hablaba. Ella lo miró mordiéndose el interior de la mejilla, molesta porque su invitación había quedado en el aire.

—¿Es usted el señor Soler? —escuchó Carlos a través de su teléfono.

—Yo mismo —contestó él pidiéndole disculpas silenciosamente a Andrea. No tenía modo de decirle que desde que Ana se fuera tomaba todas las llamadas, así fueran de números desconocidos—. Soy Carmenza Salinas —dijo la voz al otro lado—. Le hablo de Renta Car. Nos comunicamos con usted para pedirle que venga por los efectos personales que dejó en el auto que alquiló hace unos días en nuestra empresa.

—¿Qué? —contestó Carlos en voz baja, poniéndose en pie y dándole la espalda a Andrea—. No he rentado ningún auto.

—Señor, los papeles están a su nombre, y está su teléfono. ¿No es usted Carlos Eduardo Soler? —Carlos miró su teléfono aún con el ceño fruncido.

—Sí, soy yo... ¿puedo enviar a mi chofer a buscarlo? —propuso, no queriendo alargar demasiado la conversación delante de uno de sus empleados.

—Lo sentimos, tiene que venir personalmente. Son políticas de nuestra empresa.

—Claro, claro —Carlos tomó los datos de la oficina, y cortó la llamada pensando en que el mundo se estaba volviendo loco. Él no había rentado ningún auto, y mucho menos había dejado en él objetos personales.

Luego un frío le recorrido la espalda. ¿Y si había sido Ana quien lo rentara?

El investigador había determinado que Ana no había salido del país, ni ninguno de los chicos. Si habían viajado, lo habían hecho por tierra, pero entonces, tampoco su nombre aparecía en las empresas de transporte terrestre. Recordó también que Ana había tomado las clases para conducir y tenía su licencia desde hacía bastante poco. ¿Por qué, si no quería que nadie la encontrara, había dejado objetos personales en el auto que había usado para huir?

Si es que era ese el auto.

Miró a Andrea con una sonrisa de disculpa.

—Podemos mirar esto después —dijo, señalando los papeles. La invitación, al traste, pensó Andrea poniéndose en pie y ajustándose su mini falda.

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu SilencioWhere stories live. Discover now