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Carlos tuvo que reunir todas sus fuerzas y detenerse. Ella, su piel trigueña y suave, sus pequeños senos de pezones morenos, y sus labios dispuestos, eran un imán para su boca; quería lamerla, besarla y morderla de pies a cabeza, pero ahora no podía. Intuía que, si la alzaba en sus brazos y la llevaba a su habitación, ella entonces se pondría a pensar en el ejemplo que le estaba dando a sus hermanos y la magia se apagaría, así que simplemente se obligó a sí mismo a parar y se alejó de ella. Sin mirarla demasiado, le abrochó de nuevo los botones de su blusa, y se puso en pie dando la espalda. Tenía una tremenda erección bajo sus pantalones, y no era cuestión que ella se diera cuenta y se asustara.

—Necesito un trago —dijo, y se encaminó al armario donde sabía que Ana guardaba los restos de una botella de vino. Se sirvió una copa, y cuando se sintió de nuevo en control, se giró a mirarla. Ella estaba sentada muy correctamente en el mueble donde habían estado, con su ropa toda otra vez en su lugar, y mirándolo atentamente.

—¿Estás bien? —preguntó ella, y él sólo sacudió su cabeza.

—Estaré bien —Ana sonrió. Él estuvo en silencio por largo rato, y Ana sólo lo observó desde su puesto acabarse la copa de vino—. Quiero llevarte este fin de semana a mi casa —le dijo—. Hablaré con madre mañana y le contaré de ti y de mí—. Ana se puso visiblemente nerviosa. Sabía que Judith la rechazaría con todas sus fuerzas, y no quería poner a Carlos ni ponerse a sí misma en esa situación. ¿No podían simplemente pasar de ella? —No te asustes —dijo él desde su sitio— no puede hacerte daño.

—¿Y a ti? —él se encogió de hombros.

—¿Qué me puede hacer? —Ana suspiró.

—Tal vez vayamos a averiguarlo —Él sonrió, y se acercó a ella unos pocos pasos.

—No dejaré que te haga nada malo.

—Lo sé.

—A Ángela la aceptó, ¿no te das cuenta?

—No compares; Ángela, a pesar de venir de un pueblo, es la hija de un hombre rico, y ella también lo es. Salvó tu empresa con su dinero, y le dio la nieta que ella tanto había deseado. Una sola de esas razones es suficiente para que le esté eternamente agradecida por haber decidido casarse con su hijo.

—La obligaré a que vea tus virtudes —ella se echó a reír.

—¡No puedes hacer eso! ¿Y qué virtudes podría ver en mí? ¡Por favor!

—Verá que eres una buena mujer, leal, entregada, de carácter firme y con principios. Y verá que me hace extremadamente feliz tenerte a mi lado—. Ana lo miró por un largo segundo, preguntándose si de veras él la veía así. Como él estaba serio y la miraba con gravedad, asumió que sí, que él la consideraba tal como la había descrito. Sonrió cuando se dio cuenta de que en el pasado nunca se había sentido tan insultada como con Carlos, y ahora, nunca tan halagada.

Miró hacia un lado respirando profundo. Carlos la veía así, pero Judith era y sería otra historia.

—Oh, ella preferirá verte al lado de una rubia extranjera —dijo—, hija de un diplomático o cualquier otra cosa de igual importancia.

—¿Tan materialista la crees? —ella lo miró entrecerrando sus ojos.

—Carlos, cariño... Es tu madre, la conoces mejor que yo —él hizo una mueca, reconociendo que ella tenía razón.

—Ya veremos si a su edad, y con todo lo que ha tenido que vivir, sigue pensando que lo material es más importante que la felicidad. Ataquemos por ahí —eso la hizo reír, y también la puso más nerviosa aún; él estaba confiando en que lo que tenían ahora sería duradero.

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu SilencioWhere stories live. Discover now