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Estuvieron hablando por largo rato hasta que ella sintió hambre. Y no fue un hambre normal; tuvo que salir corriendo de la cama y vestirse con celeridad, era como si tuviera un agujero negro en el estómago, como si llevara meses al borde de la inanición. Y tal vez era verdad. Él se reía, y salió también de la cama y empezó a vestirse. Le tomó menos tiempo que a ella, pues a Ana le preocupaba que se le notaran mucho las actividades que había estado realizando toda la tarde.

—Cuando te vean esos ojos brillantes y esa sonrisa boba, lo sabrán todo.

—Espero que no —sonrió ella.

Bajaron a la cocina y Ana abrió la nevera para preparar algo, y en seguida las chicas del servicio se opusieron a que ella se pusiera a cocinar. Ana sospechaba que lo hacían sólo porque Carlos estaba allí, así que decidió ignorarlas y cocinar.

—¡Señor! —se quejó una de ellas mirando a Carlos. Ana recordó que su nombre era Erika—. ¡Ella no nos deja hacer las cosas! —Carlos sólo sonrió.

—Ella es feliz así, cree que, si cocina ella misma, las cosas estarán más pronto —Ana lo miró con ojos entrecerrados, pero rápidamente lo olvidó y se ocupó de lo suyo. Carlos se sentó en la mesa que estaba dispuesta allí y la observó ir de un lado a otro mientras cortaba y preparaba. Ella había recuperado un poco su energía, y le enorgullecía ser parte de la razón de eso.

—¿Dónde están los chicos? —le preguntó Carlos a Érika, y Ana la miró esperando respuesta.

—La señora Judith salió con ellos. Dijo que cenarían fuera.

—¿Madre se los llevó? —preguntó Carlos extrañado.

—Dijo que llegarían tarde.

—Ana, deberíamos salir también los dos.

—Muero de hambre —fue lo que ella dijo—. Prefiero comer algo sencillo y ya, que esperar una hora por un plato fino.

—No tiene que ser para comer —siguió él—. ¿Comemos y salimos? —Ana lo miró por un par de segundos. Calculó que mañana ambos tendrían que madrugar, a estudiar, trabajar, y mil cosas más...

—Vale —contestó, sin importarle si luego mañana llegaba a rastras a la universidad. Carlos sólo sonrió.

Comieron juntos en la mesa de la cocina, y mientras, siguieron hablando. Había sido un largo tiempo sin compartir, así, tranquilos. Aun antes de que Ana se fuera a Trinidad, estaba tan nerviosa luego del incendio que no habían podido relajarse y hablar como usualmente hacían, disfrutando el hecho de vivir juntos; eran muchos temas los que tenían atrasados, así que ahora no paraban.

—El profesor me mostró mis notas. Tal vez sea mejor que repita semestre.

—De ningún modo —dijo él, muy serio—. Si necesitas mi ayuda, la tendrás, pero no repetirás semestre. Aún tienes tiempo.

—Pero será mucho trabajo.

—Tendré que mostrarte mis honores y menciones? Soy bueno en esto, Ana. Puedo ayudarte —ella sonrió y se inclinó a él para besar su mejilla.

—Quiero verte en modo profesor. Debes ser muy estricto.

—Te daré reglazos —ella rio ante la insinuación y se levantó para recoger los platos. Carlos la detuvo y miró a Erika. Ella entendió el mensaje y se ocupó de lavarlos. Ana se rascó detrás de la oreja comprendiendo que él la había dejado cocinar porque sólo era para los dos, pero que aquello era todo lo que planeaba transigir con respecto a esto—. Entonces —preguntó él—, ¿salimos?

Ella sonrió, y se alzó de hombros.

Esa noche salieron y pasearon en el auto. No pararon de hablar, y Carlos le pidió que le contara cómo había hecho para rentar el auto, y ella tuvo que admitir que había falsificado su documento.

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu SilencioOn viuen les histories. Descobreix ara