Bienvenida a casa.

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NARRA JESSICA

Desde el coche me fijé en la luz. Las ventanas del salón fueron las que me ayudaron, Samanta estaba en casa. Si no recordaba mal, la última vez que pude hablar con ella, me contó que salía de trabajar a las ocho de la tarde; pero habían pasado tantos días que no estaba segura. Además, siempre existía la posibilidad de que cambiara algún turno.

Cincuenta y dos días habían pasado desde que la dejé en la cama tras un desayuno maravilloso. Yo había dejado la calle, sólo me desplazaba para casos que tuvieran prioridad absoluta; y en el que estaba, era de esos. Se trataba de una organización que se dedicaba a traficar con mujeres. Ya me avisaron que iba a ir sin tiempo, cuando el caso se cerrara, yo volvería a casa.

Me costó mucho tomar la decisión de aceptarlo; tampoco es que en el cuerpo me dieran mucha opción a decir que no. Pero me preocupó dejar a Samanta sola tanto tiempo, los fantasmas sobre que le empezaran las dudas, estaban en mi cabeza.

Por esa misma razón, porque habían pasado demasiados días sin vernos; y ni siquiera sabíamos cuántos nos quedaban, me había escapado. Llevábamos sin hablar unos cinco días, ella con un tiempo al que yo no me podía adaptar y viceversa. Reservé un vuelo para casa que llegaba a las doce y otro de vuelta que salía a las cinco de la mañana. Era una paliza, sabía que no iba a descansar nada... Pero por Samanta todo merecía la pena.

Toda la calle estaba en silencio, ni siquiera una sola persona caminando. Las farolas alumbraban con ese color amarillento que tanto odiaba, pero ni un solo ruido. Silencié mi móvil hasta el punto de quitarle la vibración; no quería saber nada de nadie. Para cuatro horas que iba a estar en casa, tan sólo quería que mi única atención fuera mi mujer.

Si no había cambiado nada desde entonces, sabía como me iba a encontrar a Samanta. Era una mujer de costumbres, comprendí que una vez que se había adaptado a la rutina y a la ciudad, hacía siempre lo mismo.

Eran prácticamente las doce de la noche, así que me imaginé que estaría en el sofá, viendo alguna serie en Netflix, con una taza de leche en las manos y una manta hasta la cintura. Esa imagen se me vino a la mente en el ascensor, deseando por un momento estar a su lado como tantas noches.

Estuve a punto de meter la llave en la cerradura, pero cambié de opinión en el último segundo, pues le di tres golpes a la puerta. Sabía que se extrañaría, pero también sabía que abriría.

Y así hizo. En pijama y el pelo recogido en una pinza; mi hermosa mujer volvía a estar frente a mí después de casi dos meses.

- Hola – sonreí viendo como fruncía el ceño - ¿Puedo pasar?

Vi en dos segundos la televisión encendida, una escena que había dejado en pausa; la taza de leche en la mesa y la manta arrugada en el sofá. Nada en ella cambiaba.

Y no pude ver nada más porque me agarró de los cuellos de la chaqueta atrayéndome hacia ella. Nuestros labios se encontraron en seguida y mi cuerpo impactó contra el suyo debido a la fuerza con la que me había impulsado. Cerré la puerta como pude con el pie, al mismo tiempo que Samanta me quitaba el abrigo.

- Si lo sé vengo antes – sonreí separándome ligeramente - ¿Cómo estás?

- Bien – me acarició el rostro - ¿Tú cómo estás?

- Bien también – rodeé su cintura con mis brazos – Echándote de menos.

- Ya somos dos – susurró - ¿Por qué no me dijiste que venías?

- Porque en teoría no tendría que estar aquí – su cara en ese momento cambió – Mi avión sale a las cinco.

- ¿Te vas? – asentí – Pero, ¿por qué?

Miradas de amor.Where stories live. Discover now