Necesidad de escucharlo.

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NARRA JESSICA

Por mucho que miraba desde la azotea no la veía llegar. Una hora, eso era lo que tenía que haber tardado; y llevaba fuera casi dos. No me perdonaba haberla mandado sola; había sido una imprudencia por mi parte. Sabiendo todo lo que había, con la gente que iba contra mí... No tenía que haberla dicho que fuera.

Podíamos haberlo hecho de mil maneras diferentes, por mensajero o por otros sistemas de transporte; pero no mandando a Samanta a recorrer la ciudad de noche y sola, sin refuerzos.

Me negaba a pensar que la habían cogido, atrapado, detenido o lo peor de todo, matado. Eran cosas que mi mente no podía procesar; pero la desesperación a cada minuto que pasaba, me iban consumiendo por dentro.

Hasta que, siendo la vigesimotercera vez que miraba la calle desde el punto más alto del edificio, vi una silueta a toda velocidad hacia las escaleras. Era ella.

Corrí hacia la puerta de acceso al edificio, bajé hacia la planta de la habitación; pero no fue hacia ahí, sino a la escalera de emergencia por dónde venía Samanta. No la esperé, sino que empecé a bajar saltándome los escalones como podía; hasta que topé de bruces con ella a mitad de camino.

- Estoy bien – la abracé – Estoy bien, tranquila.

- Joder... - la miré - ¿Estás bien?

- Estoy bien – sonrió – Solo algunas heridas pero estoy bien; y... - sacó el pen drive – Lo tengo.

- Eso me da igual, joder – me desesperé viendo los raspones que tenía en la piel – Vamos que te cure.

Agarré su mano y subimos corriendo hacia la habitación. No se me olvidaba que, obviando que ella estaba bien; a mí no me podía ver nadie, y quedarnos en las escaleras, corríamos el mismo peligro.

En cuánto entramos en la habitación, ella se apoyó en la pared tomando aire; sólo había visto su pecho subir y bajar tan rápido dos veces, y ninguna de esas había sido por correr precisamente. Cogí el pen drive, pero lo dejé en la mesa; pues me preocupaba, en ese momento, las heridas que tenía en uno de sus brazos y lo rotos que traía los pantalones.

- Ten – dije dándole un vaso de agua - ¿Seguro que estás bien?

- Te prometo que nunca había sentido tanta adrenalina – tomó agua – Al menos no en una persecución...

- Date una ducha y cuando salgas te curo, que tienes mucha arena encima.

- El cuervo me ha dicho que el pen drive tarda tres minutos – yo asentí – Vete pensando en la estrategia mientras me ducho.

Me conocía de sobra la sensación que tenía ahora mismo Samanta, la adrenalina era como una anestesia; no sentía absolutamente nada, pero en cuanto se le bajara, le iba a doler todo el cuerpo. No eran heridas que me preocuparan; pero el hecho de tenerlas suponía que se podían infectar igualmente si no las tratabas.

Esperé a que saliera de la ducha; no me hizo esperar mucho, todo había que decirlo. Preparé las gasas junto con el antiséptico, y, asegurándome de que la puerta de la habitación estaba cerrada; la pedí que se quitara la toalla que rodeaba su cuerpo.

- ¿Qué ha pasado? – pregunté al ver las heridas en su espalda.

- Todo ha sido al volver – comenzó a explicar al mismo tiempo que yo a curarla – Me habían pillado así que hice lo que me dijiste, correr – asentí sabiendo que era el mejor ataque de Samanta – Pero claro, no podía venir aquí porque iban a saber que estábamos escondidas en la central. Me escondí en una calle, les esperé, básicamente – levanté mi mirada para mirarla – Y en cuánto llegaron, disparé al primero pero venían otros dos. Me quitaron la pistola que tú me habías dado, pero con la otra pude disparar al segundo y el tercero fue el que me pegó unas tres veces. Hasta que le di un cabezazo contra la pared y se quedó inconsciente.

Miradas de amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora