Ella está bien.

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Me había prometido no llorar a mí misma, ser todo lo fuerte que podía en ese momento, pues como le había dicho a Jaime, solo sería darme una ducha y cambiarme de ropa. Pese a que él se ofreció a coger la ropa y ducharme en la central; salir de aquellas cuatro paredes me iba a venir bien.

El camino desde la central hasta casa lo hice andando, necesitaba que me diera el aire. Estaba amaneciendo, habían pasado más de veinticuatro horas sin Jessica, sabiendo que ella ya no estaba conmigo.

Y tal y como preveía, por muchas promesas que me hubiera hecho a mí misma, fue entrar en casa, apoyarme en la puerta y llorar sin consuelo alguno. Tampoco me ayudé mucho al coger una camiseta de Jessica y olerla, eso sólo fue peor.

**FLASHBACK**

Me senté en la cama tras dejar la bandeja con el desayuno a un lado donde ella no pudiera tirarlo de una patada. Comencé a acariciarla la mejilla viendo como algo no había cambiado en todos esos años, Jessica seguía durmiendo boca abajo.

Tenía el pelo recogido, y aunque estábamos ante unos tres grados en esa época del año, le daba igual, pues lo único que tapaba su cuerpo eran las bragas; ni siquiera la sábana. También era cierto que daba pocas vueltas, pero continuamente movía los pies, por esa razón se acababa desarropando.

- Buenos días – susurré dejándola un beso en el brazo.

Sin abrir los ojos, ella me acarició la cabeza; pero tampoco se movió. Continué creando un recorrido de besos desde el brazo hasta el final de su espalda, para después, el mismo recorrido, lo hice con la yema de mis dedos; dado que mis labios los llevé a su cabeza.

- Te he hecho el desayuno – dije apoyando mi barbilla en su brazo – Así que venga, abre los ojos, perezosa.

- ¿Si los abro vas a dejar de darme besos?

- Sí.

- Entonces no los abro – sonrió.

La arropé con la sábana dado que tenía la piel fría, la di un último beso en la espalda y me senté dispuesta a desayunar. Ella rodó en la cama bostezando y supuse que ubicándose en el mundo después de haber dormido. Y de pronto, agarró la camiseta que llevaba puesta y tiró de ella.

- Eso es mío – yo asentí mirándola - ¿Y quién te ha dado permiso?

- Yo misma – sonreí - ¿Me queda mal o qué?

- A ti no te queda mal nada – susurró pasando sus brazos por mi cintura y poniendo su cabeza en mis muslos - ¿Por qué te la pusiste?

- Me gusta cómo huele – ella sonrió – Huele a ti.

Movió la nariz de una manera muy adorable, me dio un beso y se levantó directa al baño. Su habitual pantalón de chándal para estar por casa y una camiseta, fue el atuendo que escogió para ese día dónde habíamos acordado limpiar a fondo la casa.

- No deberías mirar el móvil si estás librando – dije comiéndome una tostada.

Ella sonrió, pero me hizo caso pues lo dejó en la encimera de la cocina. Se colocó el pelo justo antes de sentarse a mi lado; y en el momento que yo me llevaba de nuevo la tostada a la boca, ella se adelantó y la mordió. Sólo me miró, sonrió y me dio un beso.

- Guapa.

Lo feliz que me hacían esos días, era indescriptible; el poder levantarme sin tener que preocuparme por el trabajo, y sobre todo, hacerlo con ella. Sonará cliché, pero yo no necesitaba más que esos momentos.

Miradas de amor.Where stories live. Discover now