Lo tuyo es mío.

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Mis ganas de irme a casa y meterme en la cama incrementaron al ver el circo mediático montado en la puerta principal de la central. Por esa razón, decidí entrar por la misma que había salido, por la trasera. Y pese a que ni sabía qué hacer, volví a la habitación; porque algo dentro de mí se negaba a abandonar de esa manera a Jessica, simplemente no podía.

Los canales de información seguían con sus cosas, los ordenadores seguían buscando cosas sin sentido, porque en ese momento estaban igual de perdidos que mi cabeza y mi panel en la pared, no me ayudaba en nada en ese momento. Probablemente el cansancio me hiciera mal; y por esa razón, dormir al menos tres horas me iban a venir bien.

Fue al quitarme la chaqueta, que me di cuenta del recorrido de sangre que había desde la puerta de entrada hasta la del baño. Me miré a mí misma, pero no tenía absolutamente nada. Y en un flash que ni siquiera me dio tiempo a analizar en la cabeza, fui corriendo hacia ahí.

Una camiseta llena de sangre en medio de la pequeña habitación, un rastro de gotas desde esa camiseta hasta la ducha; y es que allí, sentada, respirando de manera muy errática, y con la mano en su cintura; estaba Jessica.

- Joder...

Una herida por lo que parecía un cuchillo iba desde el lado izquierdo de su cintura hasta prácticamente su vientre. Había perdido demasiada sangre y me sorprendía verla con los ojos abiertos y consciente de todo lo que pasaba a su alrededor.

En seguida me incorporé, tenía que coger toallas, agua y todo lo que encontré para curarla. Di gracias de que a Jessica no se le pasaba nunca, nada por alto; porque había un botiquín al mismo nivel que el equipo de un cirujano. Lo suficiente como para coser la herida y taponarla sin mayores problemas.

- Apunta en tu cabeza que todo muy bien preparado – dije arrodillándome a su lado – Pero se te olvidó incluir anestesia en el botiquín – la miré – Te va a doler.

Asintió, me recogí el pelo y empecé con la tarea. Me había despertado en tan solo un segundo; y toda la poca atención útil que me quedaba sabiendo la falta de sueño que arrastraba, se concentraron en coserla lo mejor que podía.

Ella alcanzó una pastilla, imaginé que para el dolor; hasta que le pedí que no se moviera, ya de por sí era complicado coserla en esas condiciones.

- ¿Me vas a contar qué ha pasado?

- No creo que quieras saberlo – la miré por un segundo para volver la vista a la herida - ¿Estás enfadada?

- ¿Tú qué crees, Jessica?

Protestó en cuánto clave la aguja y pasé el hilo; pero solo la primera vez, el resto del tiempo, mordió la sudadera que tenía al lado de ella.

Me llevó unos veinte minutos curarla, limpiarla y darle ropa nueva para que se cambiara. Por más que le pedí que se mantuviera sentada, no quiso. Pues nada más acercarla la bolsa dónde había guardado la ropa, se puso de pie.

La esperé fuera mientras ella hacía las cosas en el pequeño baño. Yo me senté en la silla y me derrumbé... Sin verlo venir, sin poder evitarlo y sin parar. No podía; yo, sencillamente, me vine abajo. No podía seguir así; después de días sin saber nada de ella, aparecía de la nada y en esas condiciones... Era una puta pesadilla constante de la que no veía un fin nunca.

Cuando salió, lo hizo sin decir nada; quizás entendió mientras se cambiaba todo lo que pasaba. Se arrodilló frente a mí, entre mis dos piernas, pero no dijo nada. Ella simplemente me miraba, y yo la miraba a ella. Mientras mis lágrimas corrían por mis mejillas, un llanto silencioso, roto... Uno que dejaba claro como me sentía por dentro.

Miradas de amor.Onde histórias criam vida. Descubra agora