Solo quería estar conmigo.

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- El inspector Peña quiere hablar con usted.

- Dígale que suba.

- De acuerdo, señor.

Por mucho que Jaime estuviera mal, su vida laboral no podía decaer; la suya no, y muchísimo menos sabiendo lo del accidente del avión.

- ¿Quieres que me vaya? – pregunté frotándome los ojos.

- Te puedes quedar aquí.

- No me quiero ir a casa... - me senté – No ahora.

- Pues quédate – asintió sentándose a mi lado – No es un ataque terrorista; es alguien que ha ido a por ella especialmente – tragué saliva al escucharlo – Pensé que te gustaría saberlo.

Asentí con la cabeza; pero por dentro no estaba conforme. Yo no quería saber quién o cómo habían matado a Jessica, en ese momento lo único que me importaba era que ella ya no estaba. Por primera vez desde que me lo había puesto, mi alianza comenzó a pesarme en la mano; me quemaba como nunca, y todo porque me recordaba que estaba casada con alguien que ya no estaba.

Sabiendo que Jaime esperaba la visita del inspector Peña; en otras palabras, de Samuel, el jefe de inspectores, me senté mejor en el sofá, doblando la manta que Jaime me había dejado. Yo no le conocía en persona, pero tampoco me hacía falta. Era la pesadilla continua de Jessica durante toda su vida; el único que conseguía enfadarla de verdad. Él a mí en persona tampoco me conocía; pero supuse que le pasaba como a todos, la mujer de Jenkins, esa era yo.

Jaime me pidió que le ayudará con los cuellos y la corbata, lo cierto es que en ese momento me fijé que sus manos no dejaban de temblar, no supe si era por lo de Jessica o porque llevaba sin fumar demasiado tiempo. Y fue en ese momento, cuando la puerta sonó y la cabeza de Samuel apareció.

- Vaya... ¿Interrumpo algo? – preguntó con una sonrisa muy desagradable.

- No, pasa – dijo Jaime separándose de mí.

- Puedo volver más tarde si estás ocupado...

Jaime le hizo una señal de que entrada y se dejara de tonterías. Samuel, un tipo canoso, delgado, demasiado para mi gusto; con un traje que le quedaba dos tallas grandes, afeitado y con un bigote algo amarillento. La marca de un paquete de tabaco en su bolsillo trasero, me hizo ver que fumaba como un carretero. Por fin veía a Samuel, el principal dueño de todas las broncas de Jessica, su mayor dolor de cabeza.

- Tú dirás – suspiró Jaime.

- Dado que has tachado la posibilidad de que sea un ataque terrorista, significa que es un gilipollas – Jaime asintió – Bien, ¿hay algo nuevo?

- Si lo hubiera, lo sabrías.

- Sólo sé que has mandado a Núñez al aeropuerto.

- ¿Y no estás de acuerdo?

- No del todo.

- Es el mejor en esto.

- Y en eso estoy de acuerdo; pero no es el mejor.

- ¿A quién quieres?

- A Jenkins – en ese momento Jaime me miró – Allí está haciendo el idiota y lo sabes. Y si no quieres que abandone el caso de la trata, pues tráela unos días y que luego vuelva.

- Eso no es posible.

- Vamos, si ella te lo va a agradecer. Seguro que quiere venir por aquí a airearse.

Miradas de amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora