Estoy aquí.

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NARRA JESSICA

Anoté mentalmente hacer una limpieza a los ordenadores de la habitación, porque no era normal lo que estaba tardando. Cierto que comparar todos los movimientos bancarios de todos los empleados era mucho trabajo; pero se me estaba haciendo eterno. Necesitaba solucionar mi vida ya y sobre todo, la de Samanta; porque la prensa me tenía harta. No habían cesado ni un segundo de soltar mierda de nosotras por la boca, sin ningún tipo de cuidado, les daba absolutamente igual; y no podía.

Tras nuestro segundo intento nulo de intentar desconectar de todo lo externo y centrarnos sólo la una en la otra; Samanta estuvo constantemente encima de mí. No me lo dijo con palabras, pero ahí comprendí que tras todo lo que había vivido, ella me quería cerca. Ninguna intención tenía de separarla de mí, no me agobiaba; además que, si así se sentía mejor, no me movería si era necesario.

Yo estaba sentada en la silla, y Samanta sobre mí. Tenía mis brazos rodeando su cintura; ella pasaba uno por mi espalda por debajo de la camiseta y el otro me acariciaba constantemente uno de los brazos. Así llevábamos los largos minutos que el porcentaje estaba tardando; y todo parecía acontecer que estaríamos de la misma manera hasta que termináramos.

- No llegué a decirle nada. Ni siquiera sabía cómo darle la noticia porque yo no quería asumirla.

- Pues mejor que no lo hiciste; se habría presentado aquí y no te hubiera dejado en paz – ella asintió – Te vi en la rueda de prensa, por cierto, con una camisa mía – me miró – Estuviste muy bien.

- ¿Te gustó?

- Se notó que no es lo tuyo pero para no haber hecho ninguna en toda tu vida, estuviste muy bien.

- Me sentó muy mal la última pregunta – susurró quitándome la mirada – Cuando me preguntaron si saldrías tú después; en seguida me vine abajo pensando que ojalá pudieras hacerlo porque, claro, estabas muerta...

- Estoy aquí – dije dándole un beso en la mejilla – Y voy a seguir estando aquí.

Me acarició el rostro con su pulgar mientras sus ojos se clavaban en los míos; lo vi venir, pero quise que fuera ella con los tiempos que necesitaba. Y es que cuando se dio cuenta de que de verdad estaba a su lado, me besó. Apreté más mis brazos contra su cuerpo para que me sintiera ahí, e incluso quise que los movimientos de mi lengua fueran lentos; que jugara con la de ella de una manera tan calmada que lo sintiera el doble de intenso.

Sentí como agarraba mi camiseta con fuerza, al tiempo que su otra mano me sujetaba el cuello atrayéndome hacia ella; la mente de Samanta estaba desesperada por sentirme, y el resultado de eso era la manera en la que me besaba.

- Ojalá que estuviéramos en...

- Cállate – me interrumpió besándome de nuevo – No la cagues ahora.

El pitido proveniente del ordenador me hizo girar levemente la cara, lo suficiente para que Samanta dejara de besar mis labios, pero se fuera a por mi cuello. Justo cuando leí que la búsqueda había acabado, me mordió el cuello; y cuando iba a avisarla de que había que comprobarla información, me lamió la oreja provocándome lo que yo la había provocado con anterioridad.

- Llevamos dos calentones en cinco minutos – dije siendo interrumpida por sus labios – La búsqueda ha acabado – volvió a besarme - ¿Quieres...? ¿Podemos...? – ella comenzó a reírse mientras seguía besándome – Nos vamos a quedar igual...

Nunca podría dejar de besarla, al menos yo no; y ella lo sabía. Me dejé caer en la silla pues sus labios comenzaron a bajar por mi cuello, sentía su lengua dejarme un leve recorrido hasta donde empezaba mi camiseta. Comenzó a bajarla lentamente dándome tres besos; pero me miró, me dio un beso y se giró hacia el ordenador.

- Te odio – musité – Siempre me haces lo mismo.

- Para que luego me tengas más ganas.

- Las ganas serán las mismas lo hagamos ahora o no – expliqué incorporándome – A ver si al menos la búsqueda es satisfactoria...

Teníamos un total de doce nombres en los que había saltado el aviso de movimientos bancarios. De esos doce, siete eran todos de ingresos provenientes de las nóminas de cada mes. Así que automáticamente los eliminamos. Tres se resumían en pagos de facturas, así que también los descartamos. Nos quedaban dos con aperturas de cuentas bancarias.

Sabía que no íbamos a encontrar el mismo número de cuenta; dado que se trataba de una cuenta espejo. Y precisamente por eso, el cuervo me había incluido en los papeles todos los movimientos de la supuesta cuenta bancaria abierta por Samanta. Los fuimos comprobando uno por uno con las otras dos; tenían que coincidir todos y supuse que los demás movimientos, eran todos de extracción de dinero en efectivo.

Hasta que los tuvimos todos; coincidían en su totalidad, además de unos diez que, como había previsto, se trataban de sacar dinero en efectivo. Era prácticamente imposible saber la veracidad de la cuenta; solo se les escapaba que siempre, en la vida, hay alguien más listo y en ese caso, era cuervo.

- ¿Te suena de algo?

- No – negué – Creo que no iba a ser tan fácil...

Me quedé mirando fijamente la pantalla. Tenía claro que quién había organizado todo ese ataque contra mí era alguien que me odiaba demasiado; y pese a que yo tenía mis nombres propios, tenía que ser racional y encontrar pruebas. Por eso pensé; a Francisco Infantes yo no le conocía de nada, pero él debía conocer al que estaba detrás de todo eso. Así que por lógica, en algún momento de esos días se tenía que haber encontrado conmigo.

Francisco Infantes llevaba trabajando en esa empresa diez años. Se dedicaba a organizar los repartos de la comida en el sur del país. Un total de cincuenta colegios y más de ochenta institutos. Todo eso, pasaba por sus manos.

- Vale – Samanta me miró - ¿Y ahora qué?

- Se me ocurre una cosa, pero es un trabajo muy pesado.

- No tenemos nada que perder.

- ¿Estás segura? – asintió casi de inmediato – Bien, pues... Vamos a revisar todas las imágenes, desde el día del accidente hasta hoy mismo. Si está involucrado en algún momento ha tenido que verse estos días con el que está detrás de esto; el agente en cuestión – ella asintió – Vamos a hacerlo por reconocimiento facial – señalé una de las pantallas - En la de la izquierda, ¿lista?

- ¿Qué buscamos?

- Según esto, a la hora de la explosión pagó un café; pues a partir de ahí, vamos a ver qué hace hasta las once de la mañana que entró en la empresa. Vamos por eso.

Samanta asintió. Programé el ordenador para que automáticamente fuera buscando sus imágenes a través del análisis corporal. Solo le tuve que meter las indicaciones pertinentes para que todo se reflejara en la misma pantalla que mirábamos las dos.

Salió del café, atendió una llamada de teléfono y pidió un taxi. Tuve que volver a programar una segunda búsqueda de la matrícula de ese taxi; y lo encontró en un barrio al oeste de la ciudad. Se paró y entró en un portal, el veintiocho según ponía justo encima de la puerta. Samanta buscó en seguida la lista de propietarios y me lo mostró.

- ¿Te suena alguno?

- No... - susurré – Vamos a buscar de todo, familiares, trabajos, movimientos, todo...

- Jess, eso nos va a llevar horas.

- No tenemos nada más – negué mirándola.

- ¿Y si está visitando a alguien que conoce?

- ¿A las cinco de la mañana?

Dudó, Samanta dudó porque era una completa locura lo que íbamos a hacer; pero no teníamos nada más, y por esa razón y porque estaba tan jodidamente loca como para tirarse de un puente si yo lo hacía, accedió a buscar y trabajar.

Vamos llegando ya al final de esta historia; y aunque me da mucha pena, se acaba en esta última tercera parte. Espero de verdad que la estéis disfrutando; como siempre, os leo en comentarios.

Gracias por leer.

Helena Mabbitt.

Miradas de amor.Where stories live. Discover now