Juntas.

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NARRA JESSICA

Pese a que Samanta no paraba de reírse, yo quería matarle. Hubiese salido corriendo hacia su despacho; pero si lo hacía, todo lo que llevábamos se iría a la mierda. Samuel siempre igual; había perdido la cuenta de las veces que había sido infiel a su mujer, la de veces que había interrumpido en su despacho... La de veces que me había recordado a Carlos, mi ex novio y el ex jefe de Samanta.

El plan estaba, y el resultado de ello era que en la pantalla de nuestra derecha, podíamos ver todo lo que el cuervo estaba haciendo. Yo no lo entendía; pero confiaba plenamente en el cuervo para ello.

- ¿Se te ha pasado ya? – me preguntó abrazándome por detrás.

- No. Le voy a partir el cráneo – Samanta soltó una carcajada – No te rías, no me hace gracia.

- Si quiero que le pegues, pero me resultas tan adorable ahora mismo – me dio un beso en la mejilla.

Negué recibiéndola en mis muslos, dado que yo estaba en la silla. Estaba enfadada, y era de verdad; que Samuel se hubiese atrevido a tocar a Samanta era una falta de respeto para ella, pero es que para mí también. Podía sobrellevar cualquier cosa de él como había hecho todos esos años, pero eso no.

- ¿Crees que encontrará algo?

- Quiero creer que sí... No tenemos nada más – dije provocando que ella me miraba – Si él no encuentra nada, me voy a la mierda.

- Encontraremos otra solución.

- No hay fuentes en la denuncia, los prostíbulos no hablan y no tenemos pruebas para demostrar que las que ellos han presentado, son falsas.

- Tienes a mucha gente contigo.

- Eso no funcionaría – dije frotándome los ojos – Es la realidad – la miré – Y no me estoy rindiendo; pero si el cuervo no encuentra nada, esto se ha acabado.

Por la cara que puso Samanta, fue consciente en ese momento que dependíamos de un antisocial que apenas conocíamos. Mi libertad no estaba en nuestras manos. Y me di cuenta, porque su boca se cerró, la risa que hacía minutos atrás retumbaba en la habitación, pasó a silencio. Sus ojos clavados en los míos y su mano, de acariciarme a agarrarme la camiseta.

- No lo habías pensado, ¿verdad?

- No... - susurró - ¿Podría ser la última vez?

- No lo sé – sonreí – Quizás.

Juraría que no había terminado la palabra, cuando ella ya me estaba besando. Y no entendí por qué; pero esa reacción, también me la vi venir. La manera en la que tuvo en ese momento de besarme, me lo dejó claro; Samanta volvió a sentir el mismo miedo a perderme que ya había sentido días atrás. Podríamos tener una vida entera, o podríamos tener sólo cinco minutos.

- Hazme el amor – susurró sobre mis labios.

- No es una despedi...

- Por favor – me miró – Por favor.

Se estaba aprovechando de mí, porque yo... Yo la besé porque todo acababa en lo mismo de siempre; dándole a Samanta lo que ella quería. Y aunque no quería despedirme de ella como si nunca nos volviéramos a ver, no podía decirle que no.

Por eso la cogí y la senté en el pequeño armario dónde habíamos guardado la ropa; no sin antes tirar los papeles que habíamos colocado con las pruebas del caso. Me deshice de su camiseta, dándome cuenta de lo que para ella en verdad significaba aquello; por lo que cuando fue a besarme de nuevo, me eché ligeramente hacia atrás.

Miradas de amor.Where stories live. Discover now