Bésame.

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NARRA JESSICA

Al cuervo le estaba costando más de lo que había pensado, lo que me hizo pensar es que no eran unos cualesquiera; eran profesionales que sabían a qué estaba jugando.

Y mientras él seguía tecleando y averiguando, Samanta y yo seguíamos sumidas en un silencio doloroso. Sabía que no me iba a recibir con los brazos abiertos, pero tampoco me imaginaba eso y sí, me dolía. Me dolía mucho porque tampoco me lo merecía, al menos bajo mi punto de vista. Entendía los motivos que tenía para enfadarse, pero no para que me estuviera hostigando de esa manera.

Estábamos entretenidas viendo un programa en la televisión en la que se dedicaban a hablar sobre nuestra relación, desde lo sana que se veía, pasando por el cariño que nos teníamos y llegando hasta lo pasionales que éramos. Me estaba dando verdadero asco, pero era lo que tenía la prensa a veces, buitres carroñeros; y mucho más cuando alguien les estaba alimentando todo con fotos nuestras.

Fue viendo una de las dos besándonos, en uno de nuestros viajes de vacaciones; cuando el cuervo entró a todo correr.

- Están en la puerta – dijo levantándonos de la cama – No sé cómo pero os han seguido – nos abrió una trampilla que había al lado de la nevera – Salid por aquí, os va a llevar al lago del norte – asentí dejando pasar a Samanta – Voy a seguir trabajando, te lo pasaré por e-mail.

- ¿Qué te debo?

- Te lo pondré en el e-mail también. Vete echando ostias.

Un túnel construido con a saber qué; a mí me decía que lo había hecho él con una cuchara, y me lo creía. Tampoco quería preguntar. Una vez que tocamos suelo en los pies tras bajar al menos cincuenta metros en escaleras, saqué la linterna y agarré la mano de Samanta. Una única dirección, humedad, frío y agua; eso era lo que nos acompañaba.

Tardamos unos quince minutos en llegar hacia el destino que el cuervo nos había dicho, el lago en medio del gran parque. Estábamos a unos diez minutos de la central, el problema es que teníamos que cruzar toda la avenida y no íbamos en las mejores condiciones.

Así que en vez de tardar diez minutos, tardamos veinte; aunque agradecí que no tuvimos mayores complicaciones. Esa vez no hubo persecuciones, ni tiros; llegamos de nuevo a la habitación de la última planta de la central sin problemas.

- ¿Puedo ducharme o quieres ducharte primero?

- Puedes ducharte – contesté abriendo mi e-mail por si tenía alguno ya del cuervo – Me ducho después de ti.

La ducha no era muy grande, todo estaba diseñado para sobrevivir, no para vivir cómodamente. Había estado tres veces en esa habitación, y una de ellas, ni siquiera Jaime lo había sabido. Era acogedora, pero no me gustaba pasar mucho tiempo allí, dado que implicaba que algo debía ir muy mal.

Tan sólo cinco minutos, eso fue lo que tardó Samanta en ducharse. Abrió la puerta del baño con la toalla enredada avisándome de que podía ducharme mientras ella se vestía. Éramos dos extrañas y con cada palabra que me decía, a mí me destrozaba por dentro, pero es que yo ya no podía hacer nada más.

Me estaba quitando el jabón del pelo, cuando sentí como la puerta de la ducha se abría. Me limpié los ojos para poder abrirlos, encontrándome con Samanta justo delante de mí.

- Sé que me paso, pero necesito que entiendas mi enfado.

- Y lo entiendo – contesté viendo cómo se acercaba – Pero no me puedes hostigar de esta manera por intentar salvarte.

Ella asintió justo frente a mí, mojándose de nuevo. Nuestras miradas se suspendieron en aquel pequeño espacio; por dentro, jurándome no bajar ni un milímetro la vista.

Miradas de amor.Where stories live. Discover now