No vuelvas a hacer esto.

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NARRA JESSICA

La dureza en la mirada de Samanta me había roto por dentro. En un intento por alejarme de ella y que no sufriera; me di cuenta que, haciendo eso, lo único que había hecho era sufrir. No lo soporté, ver su dolor, su rabia, saber que estaba enfadada, pero que aún así necesitaba estar conmigo; pudo conmigo. Lloré lo que no había hecho en esos días, me desbordé, y todo por su aurora boreal, esa que, en ese momento, me decía muchas cosas.

Yo la abracé, pero fue ella la que, con sus brazos, me apretó con fuerza. Comprendí que yo lo había pasado mal, pero Samanta había vivido un infierno. La manera en la que ella me estaba abrazando fue la única forma que tuve de sentir el dolor por el que había pasado. Samanta había vivido pensando que yo había muerto; y si eso hubiese pasado al revés... Ni me lo quería imaginar.

- Lo siento – susurré escuchando lo temblorosa que salía mi voz – Eres lo mejor que tengo en mi vida y no quiero perderte... Quizás por eso soy tan jodidamente imbécil en estos casos – pero ella no dijo nada más – Lo siento...

Fue ahí cuando sentí cómo sus brazos dejaban de agarrarme y el peso de todo su cuerpo venía contra el mío; Samanta se había desmayado. Tampoco la culpaba, no podía imaginarme por la montaña rusa de emociones por las que tenía que haber pasado.

En seguida intenté que recuperara el conocimiento, y aunque me costó pensando que iba a ser algo más grave que un simple desmayo; abrió los ojos diez segundos después de haberla tumbado al suelo. Ella no estaba bien, y lo supe en ese momento; sobre todo porque abrió los ojos, me miró y volvió a cerrarlos.

- Deberías irte a descansar a casa... - susurré con toda la calma que podía.

- No voy a dejarte sola – contestó con la voz algo ronca.

- Pero estás mal.

- No quiero discutir – dijo moviéndose boca arriba – Sólo dame unos minutos que se me pase.

Se sentó justo cuando yo la dejaba su espacio. Me dolía muchísimo ver a Samanta en esas condiciones, y mucho más sabiendo que yo era la culpable de todo ello; pero no sabía qué hacer. Alejarme de ella era la peor decisión que podía tomar; pero quedarme con ella, tal y como estábamos, era una situación que no sabía manejar. Estaba enfadada, y lo sabía; pero yo no sabía qué hacer.

- ¿Puedes traerme un poco de agua?

En seguida se lo llevé, sin dudarlo y en tan sólo diez segundos. Me arrodillé a su lado, mirando su pálido rostro, el rojo de sus ojos debido a la falta de sueño y unas escandalosas ojeras que me hacían ver lo cansada que debía estar por dentro. Puede que mi aspecto no fuese el mejor, pero es que el suyo tampoco.

De pronto me miró, fijamente y sin decir nada. La distancia entre nosotras no llamaba especialmente la atención; dado que yo quería darle espacio para que se recuperara, ya no solo del mareo, sino de nosotras en general. Pero para mi sorpresa, me agarró de la camiseta acercándome a ella hasta el punto de situarme justo frente a sus labios. Me tuve que apoyar con la mano, dado que de la fuerza con la que lo hizo, perdí hasta el equilibrio sintiendo un pinchazo doloroso en la herida.

Tragué saliva sintiéndome una completa idiota; pues en ese momento parecía que tenía quince años y recién iba a dar mi primer beso. Me puse nerviosa al sentir la cercanía con ella, no sabía si besarla o esperar, y al optar por la segunda opción, más nerviosa me ponía. Sus ojos no bajaban por un segundo hacia mi boca, pues seguían clavados en mi mirada.

Intercalaba mi vista entre sus ojos y su boca; por mucho que internamente me decía que no bajara la mirada, no podía. Samanta era superior a mí y a esa escasa distancia dónde su respiración entraba en mi boca, yo, simplemente, no podía. Moría por besarla, por decirle que estaba bien, y que estaba con ella; pero no me salían ninguna de esas cosas.

Miradas de amor.Where stories live. Discover now