No me quiero ir.

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NARRA JESSICA

La luz que entraba por la ventana era escasa, lo poco que podía alumbrar una luna que estaba a la mitad. Hasta la amarillenta luz de las farolas entraba, aunque en ese momento, ni siquiera me importaba.

En la piel de Samanta se reflejaba el color de la noche, pues lo único que cubría su cuerpo era la sábana blanca de cintura para abajo. Tumbada boca abajo, con las manos bajo la almohada y mirándome. Su mirada estaba cansada y lo notaba, tenía sueño pero no me reconocería que quería dormir; mucho menos sabiendo que me quedaba apenas una hora para volver a irme.

- He quedado mañana con tu padre para lo del domicilio de la nueva casa... Supongo que no sabe que estás aquí.

- Cuando te he dicho que me he escapado, es porque no lo sabe nadie, ni siquiera mi padre.

- ¿Y Jaime?

- Jaime se entera de que estoy aquí y me suspende – sonreí - ¿Con qué casa se ha quedado al final?

- Con la que tenía piscina. Te la mandé por mensaje – asentí acordándome – Está convencido de que iremos las dos a darle uso.

- Bueno, eso yo tampoco lo descarto.

- ¿Quieres ir a su piscina? Pero si no te gusta el agua.

- A mí no – me encogí de hombros – Pero por verte en bikini voy donde haga falta.

- Eres idiota – sonrió de una manera hermosa.

- Gracias por acompañarle en todo esto.

- No tienes que darlas, sabes que tu padre me cae muy bien y más teniendo en cuenta que siempre me invita a comer.

- Aún así te lo agradezco.

Ella sonrió y yo aparté de su rostro los mechones de pelo que le caían. Lejos de sentirme satisfecha, también aparté su melena de la espalda.

- Cuánto echaba de menos tus manos - susurró.

Sonreí. No necesitábamos grandes cosas para sentirnos completas; y es que al menos a mí, me valía el momento que teníamos. Solas, sin nada más que nosotras dos, a oscuras, pero dejando ver nuestro alma.

Me acerqué a ella todo lo que pude, uniéndonos por la frente. Ella se movió ligeramente, lo suficiente como para pasar su brazo por mi costado, justo debajo del mío que iba a su espalda. Mi pierna se colocó entre las dos suyas, dejando que mi muslo se posara en sus nalgas. Lo único que yo quería era sentir su cercanía; sentir como en mi vida, había cosas tan bonitas y simples que me hacían sentir tan jodidamente bien.

- ¿Quieres dormirte?

- Cuando te vayas.

Dejé un beso en su mejilla, provocando que la misma mano que estaba en mi costado la llevara a mi rostro para acariciarme. Nuestras miradas se cruzaron, se sostuvieron y se perdieron. La una sobre la otra; la preciosa aurora boreal de Samanta seguía siendo el lugar donde yo quería quedarme toda la vida.

- ¿Estás bien? – preguntó y yo me encogí de hombros - ¿Qué pasa? Cuéntame – me pidió mientras me acariciaba la mejilla.

- Me das tanta paz – susurré admirándola – No te imaginas lo que transmites... Por eso he venido aunque sea para cuatro horas, porque necesitaba verte.

- ¿Está siendo muy duro? – asentí – Si quieres contarme algo, sabes que estoy para ti, cielo.

- Lo sé – sonreí – Pero no quiero malgastar el tiempo en hablar de eso, ya tengo un psicólogo que me hace hablar de todo lo que veo... Solo quiero disfrutar de ti – ella se acercó para darme un beso - ¿Tú cómo estás?

- Yo estoy bien. De hecho te tenía que contar una cosa.

- ¿El qué?

- Mañana tengo un examen – me dijo de pronto moviéndose para tumbarse de lado – Para subinspectora.

- ¿Te vas a presentar al final?

- Sí... No quería decirte nada porque iba a ser una sorpresa, pero dado que estás aquí... - tragó saliva - ¿Te parece mal?

- Cómo me va a parecer mal – sonreí - ¿Cómo lo llevas?

- Creo que bien, no me quiero agobiar mucho tampoco...

- Tienes una memoria prodigiosa – acaricié su brazo – Seguro que te va a salir increíble. ¿Lo saben en tu comisaría?

- Solo Javier. Fue el que me ayudó un poco, según él no era justo lo que estaba haciendo.

- Es que no era justo. Estabas haciendo un trabajo que no te correspondía; por lo menos así te pagarán por ello.

- Bueno lo del dinero sabes que me da igual.

- No lo digo por eso, es lo que te corresponde, simplemente. ¿A qué hora lo tienes?

- A las diez, ¿podré llamarte?

- No lo creo, pero me voy a poner una alarma por si acaso.

Me levanté a por el móvil para ponerme el aviso. Si podía llamarla justo antes de que entrara a examinarse, lo haría. Conocía perfectamente lo duro que podía ser presentarse a esos exámenes; así que al menos lo intentaría.

- Ya está – susurré tumbándome de nuevo a su lado – Si tengo tres minutos aunque sea, te llamaré – ella sonrió – Estoy muy orgullosa de ti – dije dándole un beso en la frente – Saques la nota que saques, estoy orgullosa.

- Gracias – susurró agarrándome una mano – Necesitaba escucharlo de ti, la verdad.

Con toda la delicadeza del mundo, giramos en la cama; pues con solo ese intenso cruce de miradas, bastó para decirnos sin hablar que las dos queríamos lo mismo. Nuestros labios se fusionaron con pasión, pero sin fuerza. Danzaron en un vals lento, con una respiración que entraba sola sin necesidad de separarnos.

- Ojalá pudiera demostrártelo – susurré – Porque no te haces una idea del orgullo que siento por ti, de verdad. Hagas lo que hagas, nada de lo que siento por ti va a cambiar.

- ¿Me lo prometes?

- Te lo prometo.

Ella quedó boca arriba; y lo aproveché. Dejé mis labios en su frente durante varios segundos. La echaba demasiado de menos, y había llegado un punto que hasta me dolía no verla. En ese momento entendí que por eso estaba allí; porque necesitaba volver a respirar y ella tenía mi oxígeno particular.

- No me quiero ir.

No contestó y sabía de sobra que no lo iba a hacer; porque era obvio que ella tampoco quería que yo me fuera, pero pedirme que me quedara, era absurdo. Por esa razón, su silencio verbal fue la mejor respuesta; pues fue acompañado de sus manos por mi espalda.

Continué creando un camino de besos por su mejilla, su cuello, su pecho... Por su piel. Me tomé mi tiempo, pues cada vez que juntaba mis labios con su piel, me quedaba unos segundos en ese lugar. Hasta que apoyé mi cabeza justo donde su corazón latía.

El tiempo se me paró ahí, escuchando su latido, sintiendo sus manos en mi piel y a ella, desnuda, debajo de mí. No quería nada más que eso; y si me dieran a elegir, toda mi vida sería en ese momento.

Yo misma noté como el corazón de Samanta se fue relajando, su latido empezó a latir de una manera más calmada; pues cuando me quise dar cuenta, se había quedado dormida. Eran las cuatro menos veinte de la mañana; el momento de irme. Dejé mis labios entre sus dos pechos, cerré los ojos y me lamenté por volver a tenerme que ir tanto tiempo.

En completo silencio e intentando no hacer ruido, me vestí y le escribí una nota que dejé en la almohada. Regresé a la cama, pues la arropé con la sábana y la manta que había acabado en el suelo.

Con un último beso en la frente, salí de mi casa dejando a mi mujer dormida. De nuevo, me alejaba de la única persona con la que quería estar.

Miradas de amor.Where stories live. Discover now