Qué tonta.

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NARRA JESSICA

El cuervo. Uno de los mayores hackers que tenía el cuerpo, pero uno de los más caros. No salía barato pedirle favores; y yo sabía que todo lo que estaba haciendo por mí, me iba a costar demasiado. Pero él era mi única esperanza.

Vivía aislado socialmente de todo el mundo, en un local abandonado, con al menos diez ordenadores en su poder y un montón de aparatos electrónicos que ni siquiera entendía.

Samanta se mantuvo todo el tiempo tras de mí; exceptuando cuando había que correr, sabía que en ese aspecto ella seguía avanzando muchísimo, la diferencia es que no me gustaba tanto verla en peligro. Aun así, debía callarme; ese tema sólo nos llevaba a discusiones, y lo último que yo quería hacer, era precisamente eso, discutir.

Tal y cómo lo dejé antes de irme a por Samanta; al menos casi igual, porque la última vez que había visto al cuervo estaba metido en sus cosas, esa vez, estaba mirando hacia la puerta esperando nuestra llegada.

- ¿Tan rápido me has echado de menos?

- Tu compañía siempre es especial – contesté acercándonos a él – Ella es...

- Sé quién es – me señaló una de las pantallas enseñándome una foto de Samanta – Me agrada saber que tienes buenos gustos en mujeres.

- Vuelve a decir algo así y te cruzo la cara – dije dándole el papel dónde tenía apuntada el número de cuenta – Dedícate a lo tuyo y deja a mi mujer.

- ¿Qué quieres esta vez?

- Investígame el número de cuenta. Te van a aparecer sus datos – señalé a Samanta – Pero obviamente, eso no es lo que tienes que investigar.

- Esa es la fachada, interpreto.

- Interpretas bien. ¿Cuánto crees que vas a tardar?

- Depende de la mierda que haya en medio – contestó girándose ya dispuesto a investigar – Os aviso.

Era el turno de esperar a que él hiciera su trabajo, exactamente igual que había hecho al grabar el vídeo a Samanta. Así que hice, lo mismo que había hecho aquel día. El cuervo odiaba tener a gente, básicamente porque odiaba a cualquier ser humano existente; estar a su lado cuando él trabajaba, era lo peor que podías hacer. Por eso nos fuimos a la parte trasera del local; la que él consideraba su casa, básicamente.

Consistía en un baño, una cocina, una televisión y una cama. El cuervo no era desordenado, todo lo contrario; todo estaba limpio, impoluto. Lo único que le diferenciaba de alguien de la calle, eran sus carencias a la hora de socializar; siempre acababa diciendo algo imprudente.

- ¿Esperamos aquí?

- Sí – le señalé la cama – No te preocupes, siéntete cómoda, a él no le molesta.

Samanta asintió no muy convencida, y lo entendía. La primera vez que conocí al cuervo, reaccioné de la misma manera que ella; con algo de desconfianza.

Nos sentamos las dos en la cama, aunque en seguida encendí la televisión para saber qué nueva buena contaban de nosotras dos. Estaba harta, muy harta; en esa misma habitación había escuchado cómo la metían a ella en mi guerra, y no lo soportaba.

Como tampoco soportaba la distancia que había entre nosotras, porque yo sentía a Samanta a kilómetros de mí. Los recuerdos de todas nuestras discusiones se me pasaron por la mente, las noches que una de las dos había dormido en el sofá, o incluso en casa de Jaime. Y nunca me gustaba discutir con ella; pero es que tampoco sabía cómo solucionarlo.

Miradas de amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora