28. Plaza del 2 de mayo

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Viernes siguiente

- Ay, Alba, ¿estoy bien? -pregunta Marta con aprensión mientras se mira en el espejo del pasillo.

- Que sí, Marta, que estás guapísima.

Se ha maquillado concienzudamente y se ha puesto unos pantalones de campana y una camiseta ajustada de manga francesa.

- Pues yo me veo un poco choni. ¿Me pongo algo más ancho por arriba?

- Ni se te ocurra. Pero llévate una cazadora o algo porque más tarde refresca. ¿Qué colonia te has echado? -pregunta Alba sin poder identificar el perfume.

- La de Armani que me regaló mi madre. Pero si te huele a otra cosa debe ser que me he puesto hasta las cejas de chilly menta por si acaso.

Alba achina los ojos y sofoca una carcajada. Mueve la cabeza en un gesto reprobatorio pero risueño. Piensa: "Marta es lo mejor que me ha pasado este año. Bueno, lo segundo mejor. Vivir con ella es un continuo carrusel de desparpajo adolescente mezclado con un buen chorro de ingenuidad. La amo".

- Marta, escúchame, cariño: la verdad por delante. Y punto. Eso te va a quitar de encima muchísima tensión.

Marta asiente, le da un abrazo a su amiga y sale. En la bodega de la esquina compra un Protos. Luego enfila la Corredera de San Pablo rumbo a la Plaza del 2 de mayo. No más de 15 minutos andando. Ya cerca, saca su móvil para cerciorarse del número, toca al portero automático y sube. Sofía la está esperando con la puerta abierta y una sonrisa. Se dan dos besos y un abrazo. Marta siente su propio corazón bombeando a toda mecha y como no sabe qué decir, carraspea. Tose.

- ¿Estás afónica?

- Un poco. Llevo dos meses cantando spirituals. No sabes lo que es eso.

- La verdad es que no -ríe Sofía, que pone la botella sobre la mesa, junto a otra que ha comprado ella.

El salón es muy acogedor. Es bastante grande, con dos ambientes, cada uno de ellos iluminado con sendas lámparas de pie que sumen la estancia en una penumbra agradable. En las paredes hay colgadas algunas reproducciones de pintores fauve y algunos carteles de cine. En una esquina hay un helecho inmenso.

- Me vas a matar. He hecho solo una ensalada. Pero voy a bajar a por unas pizzas al Sandor. En mi defensa diré que son las mejores pizzas de Malasaña... ¿te importa?

- Claro que no. ¿Te acompaño?

- No, si no tardo nada. Bajo y vuelvo en 10 minutos, ¿vale?

- Vale.

Mientras Sofía baja, Marta se asoma al balcón que da a la plaza. La temperatura es suave y hay gente cenando en las terrazas. Los padres aún no han recogido a los niños del parquecito infantil y más allá grupos de adolescentes beben litronas junto a la estatua de Daoiz y Velarde. Llega una ráfaga de olor a marihuana. Marta se ahueca un poco la camiseta y la sacude para que corra el aire entre la tela y la piel. Luego mira con detenimiento los detalles del salón. No hay tele pero sí un iMac de 27 pulgadas en un escritorio. "Ahí veo pelis, estudio, escribo y de todo" -le dirá más tarde Sofía. A Sofía le queda un año para acabar la carrera. Mientras, colabora con varios medios independientes. Se quiere especializar en periodismo cultural. Terminó su reportaje de microteatro en Malasaña y ahora está trabajando en uno sobre la gentrificación del barrio, un tema interminable.

Bueno, pues ya han acabado de cenar y se han "pimplado" botella y media de vino. Han hablado de música. Tienen mil cosas que enseñarse la una a la otra. Recogen un poco la mesa. Marta mira con preocupación la media botella que queda. En estos momentos podría beberse un barril ella sola y lo dice. Tiene bastante aguante.

- No sufras, que cuando se acabe el vino preparo unos gintonics -le dice Sofía alegremente.

Marta está parada y expectante, apoyada en la mesa, con una copa de vino en la mano. Sofía la mira con detenimiento. Una de esas miradas sin pudor que dicen muchas cosas. Cosas en general bastante halagadoras. Va hacia Marta y le quita la copa que sujeta, poniéndola en la mesa. Le acaricia la cara con las dos manos y luego las posa sobre sus hombros. Las manos se deslizan hacia los pechos de Marta, tocándolos muy suavemente. Luego le rodea la cintura, le acaricia con la punta de la nariz una mejilla y sin mucha más pérdida de tiempo besa sus labios. Marta los entreabre para recibir la lengua de Sofía, que parece un músculo bastante expeditivo a esas horas de la noche. Es un beso largo y Marta desliza sus manos por la espalda de la chica hasta llegar a su culo, que palpa sin comedimiento pero con mucho cariño. "Madremía el calor" -piensa Marta cuando se despegan. Está algo preocupada por lo que pueda deparar la noche, que se ha puesto claramente prometedora. Pero ahora Sofía le ha dado un respiro y ha ido a poner un vídeo al ordenador.

- Mira, lo que te dije antes: una puta maravilla.

Sube el volumen, que está amplificado y suena muy bien. Es la versión de Patax de Billie Jean.

Albalia y la máquina del tiempoWhere stories live. Discover now