Capítulo 4

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Por la mañana siguiente, Ethan y su padre actuaban como si no hubiera pasado nada. Todo iba como siempre, solo que aquel día, Ethan había decidido ponerse las zapatillas que Sasha le había destrozado. Tiró las que estaban rotas a la basura y se puso las que estaban bien. Una negra y otra azul, al menos daba gracias a que Sasha hubiera sabido distinguir entre izquierda y derecha.

Cuando Marcus aparcó el coche en el aparcamiento del instituto, ambos se dieron cuenta de que el coche negro seguía allí.

–Ese coche empieza a darme miedo.– Dijo Ethan.

–¿Sólo hay uno en la ciudad?

–No lo sé. Pero ayer había una furgoneta como ese coche en mi calle.

–¿Crees que te están espiando?

–¿A mí? ¿Quién me va a espiar a mí?

–¿La mafia rusa?– Marcus sonrió.

–Pues en ese caso, se les da fatal espiar a la gente.– Ambos se rieron.

–Oye, tío, ¿qué...?– Dijo señalando a sus zapatillas.

–Oh, he metido las zapatillas en la lavadora y dos de ellas han desaparecido.

–¿Enserio?

–No. Se las ha comido Sasha.

–Vaya.

–A veces pienso que esa perra es más lista que yo.

Cuando abrieron las puertas del instituto, vieron un montón de hombres y mujeres trajeados. Ambos se quedaron mirando como recorrían el instituto de arriba a abajo. Al principio, ambos estuvieron tentados de darse media vuelta y salir corriendo, pero otro grupo de hombres entró detrás de ellos y todo el mundo les vio, así que ya no podían escaquearse.

Dejaron los libros en sus respectivas taquillas y después fueron a su primera clase. La profesora de historia estaba apoyada en la mesa junto a una mujer que podía ser la abuela de todos. Llevaba el pelo recogido con kilos de laca, un traje de lana y una expresión que podría hacer temblar a cualquier general del ejército.

Todo el mundo se preguntaba que pasaba, pero nadie tenía la respuesta. Les hicieron dejar las mochilas y todas sus cosa a un lado de la clase, solo les dejaron coger un par de bolis antes de sentarse. En cuanto Ethan dejó la suya, empezó a sentirse mal. Empezaron a sudarle las manos, se mareaba y notaba que su corazón empezaba a ir mucho más rápido.

–Marcus.– Dijo acercándose a él antes de sentarse.– No sé qué pasa, pero me estoy empezando a encontrar fatal.

–Eh, no pasa nada, tío. Esto no es nada serio.

–Pues lo parece.

–Será alguna estúpida prueba del sistema educativo para ver si vamos por buen camino.– Ethan apartó la vista.– Todo va a salir bien.

Ethan se sentó en el asiento libre que había junto a Marcus. Trató de tranquilizarse, respirar hondo y trató de despejar la mente antes de que su profesora de historia empezase a hablar:

–Vale, chicos. No os decimos nada acerca de este día para que no podáis prepararos, pero vais a hacer un examen.– Ethan entro un poco en pánico y su profesora se dio cuenta.– No os preocupéis, no es nada serio.

–Este examen se hace todos los años a gente de vuestra edad.– Dijo la Sargento mientras la profesora repartía los exámenes boca abajo.– Determinaremos como de rápido funciona vuestro cerebro. Tomároslo en serio. No volveréis a tener una segunda oportunidad, así que dad todo de vosotros si no queréis quedar como absolutos fracasos.

«Esos son ánimos» pensó la mayoría de la clase, pero Ethan era incapaz de pensar. La sangre se le había subido a la cabeza y ahora le dolía como si una orquesta tocara la percusión dentro de ella.

Cuando la Sargento les dio permiso para empezar, todos dieron la vuelta a la oja y comenzaron. Ethan apenas pudo contestar más de tres preguntas, le temblaba tanto la mano se le iba a caer el boli. Empezó a faltarle el aire más que nunca y entonces las tripas se le revolvieron tanto que pensó que se le iban a salir por la boca.

Se levantó de su sitio sin decir nada con una mano en la boca y otra sujetándose la tripa. La Sargento no intentó detenerle, ni mucho menos. Al verle salir corriendo, Marcus se levantó para ayudar a su amigo, pero su profesora le detuvo.

–Marcus, vuelve a tu sitio.

–Y una mierda. Ethan necesita ayuda.

–Joven, tu amigo ha perdido su oportunidad.– Dijo la Sargento mirándole.– Tú aún puedes aprovechar la tuya. Te aconsejo que lo hagas.

–Y yo le aconsejo que se preocupe menos por esa mierda de examen. Mi amigo me necesita.– Dijo antes de salir corriendo.

Marcus no tenía ningún problema en suspender aquel examen, pero no podía dejar a Ethan sólo. Durante años le había ayudado a combatir su testofobia para salir adelante, pero avisarle sin ni siquiera una hora de antelación de que tenía que hacer un examen era como una bomba para él.

Marcus corrió hasta los aseos más cercanos. Los pasillos estaban vacíos, al igual que los baños. Vio tres puestas abiertas de par en par y una cerrada. Se asomó por debajo de la puerta y vio las zapatillas de colores de Ethan. Con las prisas ni siquiera le había dado tiempo a echar el pestillo, así que cuando Marcus empujó la puerta, se abrió poco a poco.

Ethan estaba arrodillado junto a la taza por haber vomitado. Tenía el pelo empapado en sudor, al igual que la cara, aunque no tenía claro si lo de la cara era sudor o lágrimas. Parecía agotado y horrorizado.

–¿Estas bien?– Le preguntó Marcus al rato.

–No...– Dijo echando la cabeza a hacía atrás y cerrando los ojos.

–¿Quieres que pida ayuda? ¿Llamo a tus padres...?

–No. No les llames.

–Vale.– Dijo sentándose en el suelo y apoyándose junto a la puerta.– Pero no me pienso mover de aquí.– Ethan quiso agradecérselo, pero le entró otra arcada y no pudo decir nada más.

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