I. Fénix

73 10 35
                                    

El temporal de fuera hace que la tranquilidad de dentro resalte. Las motas de polvo, que se ven a contraluz, flotan por toda la habitación.

De nuevo, me veo tirada sobre esta cama, sintiendo a la muerte cerniéndose sobre mí, lenta y dulcemente.

Sé que he perdido el tacto en mi mano cuando veo que deja caer el bote que sostenía, junto con la foto de mis padres, haciendo que las pastillas reboten y rueden por el suelo de mármol, sin que pueda pararlo. Espero que este sea mi último intento, estoy débil y exhausta. Mi visión se vuelve turbia, los muebles de la habitación toman formas abstractas. Mi corazón late sin prisa, acercándome cada vez más a mi anhelo más lacerante. Puedo verlos en la lejanía, con dificultad, pero puedo. La habitación se ha convertido en una sala blanca, donde la luz es tan intensa que casi me ciega.

―Mamá, papá ―los llamo, casi sin voz.

Se acercan a mí, están exactamente igual que la última vez que los vi. Me levanto como puedo, mi cuerpo es frágil. Sus sonrisas se cuelan en mi corazón y hacen lo que pueden por reparar lo que queda de él. Una lágrima cae de mis ojos al suelo. No siento nada. Como las otras veces, los tengo delante, estoy preparada para irme, pero no siento nada. Mi padre acaricia mi húmeda mejilla. Ruego una y otra vez que me dejen ir con ellos, vivir es doloroso. Este poder es una tortura que sólo me ha traído desgracias.

Detrás de ellos, aparece volando el Fénix en llamas.

Otra vez no, por favor. No puedo más. No puedo. Yo no estoy hecha para esto. No puedo cargar contigo, Fénix.

El pájaro se aproxima a gran velocidad, poseyendo mi cuerpo y trayéndome de vuelta a la cruel realidad: sigo viva.

Me quedo tumbada sobre la cama, con un brazo colgando del borde de esta y llorando en silencio, sin un sólo atisbo de emoción en el rostro. No sirvo ni para morirme.

Oigo unos suaves toques en mi puerta, pero los ignoro. Aunque quisiera, no tengo fuerzas para hablar, mucho menos para levantarme.

Los toques cesan, se intercambian por el sonido del pomo girando. Unos pasos se acercan a mí, veo cómo sus manos dejan una bandeja con un bol en la mesita que hay al lado de la cama.

―Prometiste no volver a hacerlo ―Su voz, dolida, se clava en cada uno de mis huesos ―. Estas pastillas te las mandaron para ayudarte, no para que te mates con ellas.

Se agacha y recoge las cápsulas una a una. Con la mano que tengo colgando, acaricio su suave pelo blanco.

―Estoy enfadado contigo...Y conmigo ―expresa, derramando las pastillas dentro del bote de plástico amarillo ―. Dijiste que necesitabas espacio, que no harías nada mientras preparaba el desayuno. Lo único que vas a conseguir es que no te deje sola ni un segundo.

Las lágrimas continúan brotando de mis ojos mientras habla. Se arrodilla al lado de la cama, permitiéndome ver sus ojos violetas entre mi llanto silencioso y apático. Coge una de las servilletas que trae en la bandeja y seca, con cuidado, mis mejillas. Emite un suspiro abatido.

―Han pasado dos años, Lilith ―Me mira, con ojos tristes ―, ¿hasta cuándo piensas seguir así?

No contesto. Él cruza sus brazos sobre la cama, examinándome, buscando alguna emoción en mi cara.

― ¿De verdad quieres morir?

Frunzo los labios a la vez que asiento como puedo, temblorosa.

―Tienes todo el derecho a sentirte hundida y destrozada, está completamente justificado, necesitas pasar por ello para sanar ―Explica, mientras continúa secando mis lágrimas ―, pero no puedes abandonarte así, tienes mucho por lo que vivir.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Where stories live. Discover now