XXVI. De sueños y despedidas

35 5 37
                                    

Mi cuerpo se congela nada más ver la figura a contraluz de Zariah. Erguida, con los brazos cruzados tras la espalda y una chaqueta negra colgando de sus hombros, mira absorta a través del ventanal de su escueto despacho.
Yuki camina delante de nosotros, y le da un suave toque en el hombro a la morena, que ríe y se disculpa por no haberla oído entrar.
El tiempo se detiene una vez se gira y nos observa. No puedo evitar taparme la boca con una mano, en un fracasado intento de contener las lágrimas. No ha cambiado nada, luce sin complejos la cicatriz que marcó su vida, y su pelo está recogido en largas y finas trenzas.
Antes de que pueda darme cuenta, sus brazos me rodean con fuerza, y su cabeza está hundida en mi clavícula. Es entonces cuando la realidad me termina de golpear: volvemos a estar juntas.
Le devuelvo el abrazo, llorando desconsolada contra su pelo. Repitiendo una y otra vez que lo siento. Siento haber desaparecido de nuevo. Siento no haber estado ahí cuando me necesitaba. Siento haberme perdido su boda. Lo siento tanto.

―Está bien, está bien… ―asegura entre susurros, acariciando mi pelo ―Ya estás aquí, estás a salvo.

Oír su voz es un regalo. Hubo un tiempo en el que estaba convencida de que jamás volvería a oirla.
Caigo de rodillas al suelo, agotada. Zariah se quita la chaqueta y me la pone, dejando su mano descansar en mi espalda.

―Necesitas descansar, te llevaré hasta la habitación en la que vas a dormir ―dice ella, usando su hombro para cargar con el peso de mi cuerpo ―. Yuki, ¿podrías encargarte de los demás?

Yuki asiente y hace que los demás la sigan.
Zariah y yo salimos del despacho a paso lento, recorriendo largos pasillos iluminados por la cálida luz del sol. He empujado mis límites otra vez, pero no habría conseguido llegar aquí si no lo hubiese hecho. Sólo necesito pasar una noche en cama, ducharme y comer algo, y volveré a estar como nueva, estoy segura.
Zariah abre la puerta de madera con cuidado. La habitación es pequeña, pero acogedora, los suelos de madera oscura y techos bajos hacen que me sienta protegida. La luz que entra por la diminuta ventana no llega a iluminar toda la estancia, pero agradezco que sea así. La morena me tumba sobre la cama, y me arropa con una cantidad exagerada de mantas.
La observo con ojos llorosos y un nudo en la garganta que me impide respirar.

―He perdido mis poderes… ―susurro con la voz entrecortada.

Los ojos de la morena se abren sorprendidos, pero me acaricia la frente.

―Hablaremos de todo lo que quieras más tarde, ahora necesitas descansar.

―Pero yo…

―Shh, descansa, por favor ―Su voz me calma, tiene razón, necesito descansar antes de lidiar con todos los problemas que nos quedan por resolver ―. Te dejaré una toalla y ropa limpia sobre el escritorio, para cuando despiertes, el baño está justo a la derecha.

Con esto, cierra con suavidad la persiana y se va de la habitación.
Es extraño estar a oscuras en una habitación. Puede que mi cuerpo necesite descanso, pero mis pensamientos son una fuente de energía inagotable… Ojalá darle tantas vueltas a las cosas sirviese para algo. Cubro mis orejas con la almohada, tumbándome de lado. Ahora que no tengo que huir por mi vida, el dolor físico es mucho más aparente. Mis pies están cansados. Mis pulmones duelen después de haber pasado tantos días deambulando en bosques congelados, pero la presión y el calor de las mantas me ayuda a sentirme un poco mejor, y, sin darme cuenta, mis pesados párpados se cierran, introduciéndome en un profundo sueño.

Gotas de agua chocando contra el suelo. Una tras otra, cada tres segundos, sin parar. Pasos desconocidos en la sala. Despierto ahogándome todos los días. Todos los días. Me duelen los huesos, mis costillas se me están clavando en el pulmón, lo sé, lo siento todo el tiempo. Pero lo peor es estar hundida en agua sin poder usarla para salir de aquí. Estoy desesperada. Asustada. ¿Estarán los demás en mis mismas condiciones? ¿Estará mi padre a salvo? ¿Qué habrá sido del mundo exterior?
He llegado a pensar que morí hace tiempo, y esto es lo que hay después de la muerte: un dolor infinito. Entonces aparece él; ese ser malvado de ojos tan rojos como la sangre que me ha hecho derramar, confirmándome que estoy tan viva como la agonía que me provocan sus castigos. Él me arrebató a mi querido Tritón y, con él, mis poderes. ¿Le estará haciendo daño? Nunca responde a mis preguntas, se enfada cuando las hago. Es el hijo de la mismísima oscuridad, lo huelo en él. Hace daño para divertirse, disfruta sabiendo que estoy a su merced.
No… Es ese sonido otra vez… Han abierto la puerta de metal. Vienen a hacerme daño. Vienen a hacerme daño. Ya no me quedan más huesos que romper. No quiero sufrir más… Por favor, no existe un rincón en mi cuerpo que no esté malherido.
No puedo abrir los ojos, pero se han deshecho del manto que cubre el tanque en el que estoy prisionera, el repentino rayo de luz lo evidencia. Ahora despertaré y comenzaré a ahogarme de nuevo, en mi propio elemento, en el agua que siempre ha sido mi hogar. Sin embargo, oigo cómo el cristal que me impide salir se resquebraja y, de repente, mi cuerpo cae sobre trozos afilados de cristal. Me da miedo abrir los ojos, pero en mis pulmones entra aire por primera vez en mucho tiempo… Estoy fuera. Me sobresalto al notar cómo una tela cálida cubre mi cuerpo desnudo.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora