XV. Metal y corazón

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Gabriele

No consigo dejar de darle vueltas... Estoy convencida de que ayer vi a Lilith, estuve hablando con ella en los balcones. Nadie me responde cuando pregunto sobre su paradero, las sirvientas me cambian de tema, y el mayordomo de Caleb simplemente me ha ignorado.

No debo estresarme más de lo necesario, estas son sensaciones que no quiero que mi bebé sienta jamás.

Es el cumpleaños de mi padre, así que he decidido visitar su tumba. Me sujeto del brazo de Franzisko, el hombre que me ha cuidado desde que nací, mientras camino sobre las piedras heladas que conducen al cementerio.

Le pusieron una piedra cualquiera, en la que sólo grabaron su nombre. Le cedo las flores rojas a Franzisko, que se agacha para tumbarlas sobre el lecho nevado.

Mi corazón compungido se retuerce dentro de mi pecho. ¿Soy débil por sentir tristeza por un hombre que planeaba destruir a su país, a su propia hija? Me mantuvo encerrada, inyectándome aquel líquido negro durante meses, con la excusa de estar buscando una cura para mi enfermedad. Amputaron mi pierna y mi mano. Crearon monstruos con la intención de propagar caos y dolor.

―Hiciste muchas cosas mal ―susurro ―. A pesar del lacerante sentimiento que habita en mí, quiero perdonarte, desde el fondo de mi corazón, pero aún no estoy preparada para ello. Feliz cumpleaños, padre.

La piel que se une a mis prótesis metálicas comienza a doler, el invierno es la peor estación. Limpio mis lágrimas y vuelvo a agarrarme del brazo de Franzisko.

―Volvamos.

Caminamos hacia el coche negro, donde cubro mis piernas con una manta para evitar que la prótesis se congele. Tengo esta pierna y esta mano gracias a mi marido, no puedo permitir que se estropeen por mi propio descuido. Me ajusto el guante blanco que cubre mis dedos metálicos, recordando el día en el que mi nueva vida comenzó.

Mis pulmones encharcados me impiden respirar con tranquilidad. Al toser, sigo expulsando líquido negro. Estoy débil, pero viva. Y, aunque la tragedia parezca infinita, y mis ganas de vivir sean diminutas, ella me ha salvado. Me ha salvado sin pedirme nada, sin mirarme con ojos penosos, me ha tratado como a una persona y no como a un muñeco manipulable. Consigo, a duras penas, volver a tapar mi cuerpo con la capa que me ha dejado prestada. Tiemblo, pero, por primera vez en mucho tiempo, siento frío en mi piel, un frío que deja paso al calor con el que la capa me envuelve. Se oyen disparos y explosiones en la lejanía. Los soldados se han alzado contra mi padre, es posible que ya esté muerto. Es posible que la siguiente sea yo. Ahora mismo, en mi estado, sólo puedo llorar y esperar a lo que el destino me tenga reservado. Sería una muerte justa, mi padre es el que ideó y llevó a cabo esos experimentos, esas muertes... De alguna manera debo hacerme responsable de sus acciones.

Oigo unos solitarios pasos acercándose, si estos van a ser mis últimos momentos, quiero irme agradeciendo a las buenas personas que he tenido en mi vida, quiero pedir perdón por el dolor que ha causado mi familia.

Lo último que veo, antes de volver a desmayarme, son unos zapatos negros cubiertos de sangre.

Mi cabeza da vueltas. Al estirar un poco mi brazo, me percato de que hay algo reteniéndolo. Otra vez no, por favor, ¿fue todo un sueño? ¿Acaso nunca logré escapar? No quiero abrir los ojos y encontrarme con la respuesta.

―Parece que está despertando.

―Señorita Gabriele, ¿cómo se siente?

Esa última voz...

―¿Franzisko?

Abro los ojos y me encuentro con esos familiares luceros marrones, siempre acompañados de finas arrugas. Mis ojos nadan en lágrimas de manera casi instantánea. No vuelvo a estar entubada. No vuelvo a estar encerrada. No vuelvo a estar sola.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt