XI. La persistencia de las Sombras

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Maniquí me observa desde el otro lado del pasillo. Su fría serenidad contrasta con sus manos ígneas.

―Planeas ir a buscarlos, ¿verdad?

Aprieto los puños. Mi silencio le divierte, su risa maliciosa choca contra las paredes y me golpea.

―He de admitir que Edric me parece un parásito bastante atrayente. Me gustan los hombres que luchan hasta el final.

Mi corazón, envuelto en un punzante dolor, está a punto de explotar.

―¿Final?...

Ella ladea la cabeza y sonríe, caminando hacia mí. El eco de sus pasos advierte a mis músculos de la proximidad del enemigo, se tensan y subo la guardia.

―Jamás volverás a ver a tus amigos. Igual que jamás volverás a entrometerte entre Caleb y yo.

El rechinar de mis dientes hace que me duela la mandíbula.

―¿Qué les habéis hecho a los demás herederos? ―interrogo, consumida por el odio.

Vuelve a reír. Nada me molesta más que mi enfado divierta a los demás.

―Si me obligas a repetirme, serán las últimas palabras que oigas en tu vida.

Se envuelve a sí misma en un abrazo, clavando sus largas uñas negras en sus costillas, mordiéndose el labio inferior para contener su entusiasmo, pero falla. Su risa continúa haciendo que mi sangre arda.

No lo pienso más, mis piernas responden a la fuerza de mi ira y me conducen hacia el monstruo con rapidez. El fuego de mi cuerpo será suficiente para hacerle daño, pero no todo el que me gustaría. Alzo los brazos apuntando a su delgado cuello y, justo cuando estoy a punto de rozarla con mis dedos, desaparece.

Desconcertada, miro a mi alrededor. Estas prácticas están fuera de las capacidades del Elemento del Fuego. Maniquí no es una mera copia, es algo totalmente distinto. De la misma forma que las habilidades que posee Caleb no se asemejan a nada que haya visto antes.

Maniquí tiene la posibilidad de atacarme desde cualquier flanco, sé que sigue aquí. Sé que está jugando conmigo. Pese a que hace años que mis sentidos no están expuestos a una presión así.

De la nada, pero como esperaba, una mano aprieta a mi cuello y me alza en el aire. Sin embargo, este ataque le va a salir caro. Me aferro al brazo por el que me sostiene sobre el suelo y hago que mis llamas rojas recorran su cuerpo, obligándola a mostrarme su aspecto de nuevo.

A pesar de que mi fuego es mortal, su sonrisa no abandona a su rostro, tan calcinado como el resto de su físico.

―El desconcierto que veo en tu cara me muestra que por fin lo has entendido; tú y yo no somos iguales ―explica, empujando a mi cuerpo contra el ventanal.

Me cuesta respirar, pero aprieto el agarre que tengo de su brazo. Ella acerca su rostro al mío, su sonrisa se ha borrado, y sus iris encarnados y fragmentados me dejan ver su cólera.

―La era de los guardianes de los Elementos ha llegado a su fin ―Clava sus uñas en mi cuello ―. Para el pueblo sois una amenaza que debe ser destruida. Para nosotros sois meros juguetes rotos. Ya no controláis al mundo. Nadie necesita a los Elementos, nadie te necesita a ti.

Mi pecho asciende y desciende con celeridad, mis pulmones buscan cada rastro de oxígeno que puedan encontrar. Dejo caer a mis brazos, haciendo que el fuego abandone el cuerpo de mi enemigo.

Su risa cínica va a volverse en su contra en cuanto se percate de que no me he rendido. Siento cómo la mano que sostiene mi cuello pierde fuerza. Tengo que aprovechar esto. Rápido. Si mi fuego no le hace daño, tengo que buscar otras maneras de hacérselo. Uso mi puño para romper el cristal de la ventana.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Where stories live. Discover now