XIX. De príncipes y secretos

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La velocidad a la que se mueve el tren no me impide disfrutar de las vistas que ofrece el exterior. A lo lejos, entre los árboles nevados, puedo ver un lago cubierto de hielo; es un paisaje tímido y silencioso, las ramas son mecidas por el pacífico viento, casi puedo oler el fresco aroma a pino. El cielo ha amanecido despejado, pintado de un azul cristalino, acompañado de los tonos anaranjados del sol, que aún nace en la distancia.

Veo mi reflejo en el cristal, escondido tras una fina capa de vaho. Mis ojeras me delatan: sigo estando cansada, a pesar de que he podido dormir unas pocas horas. Acaricio mi rostro y suspiro, aumentando la cantidad de vaho de la ventanilla. Descanso mi mejilla sobre mi puño, desviando mi mirada al frente, donde Skylar duerme, de brazos cruzados. Al mirar a mi derecha, no encuentro una imagen diferente: Elsie descansa cabizbaja, abrazada a su perro. ¿Seré la única pasajera que está despierta a estas horas? Alzo la cabeza, y compruebo que la respuesta a mi pregunta es bastante obvia... Todos los que van en nuestro vagón duermen. Aunque no son muchos, hemos tenido suerte de ir en un tren que casi no lleva pasajeros.

Debería aprovechar la oportunidad para dar un paseo, estirar las piernas y respirar un poco de aire fresco. Me levanto con cuidado, tratando de no despertar a mis compañeros de viaje. Ajusto mi capa, el suelo de moqueta roja se encarga de hacer que mis pasos sean silenciosos. Deslizo la delgada puerta de madera que da al siguiente vagón, y vuelvo a verificar que el tren va casi vacío. Continúo caminando, entre personas dormidas y asientos de madera, acompañada por el frondoso y blanco paisaje.

No tardo en notar que, tras varios minutos de paseo, he llegado a la salida posterior del tren, el aire es tan fresco como me lo esperaba, y me obliga a ponerme la caperuza de mi capa. El pasamanos de metal está oculto por una capa de nieve. El frescor del viento roza mis mejillas.

Entonces, oigo cómo la puerta se abre, y unos pasos se acercan a mí. Una voz juvenil y entristecida me saluda y, por cortesía, devuelvo el saludo, pero me aproximo a la esquina, asegurándome de que mi rostro sigue tapado por la capucha.

No puedo evitar sentirme insegura en presencia de un extraño, en la situación en la que nos encontramos. Trato de observar, de reojo y con cuidado, al desconocido, pero sólo consigo asombrarme. Va vestido con una densa capa blanca, con adornos trenzados y azules en los bordes, y el escudo dorado, azul y blanco de Khayra bordado en uno de los laterales. Como yo, lleva su caperuza puesta, así que me es imposible ver su rostro. Juzgando por su voz y su estatura, debe ser un chico joven. El muchacho se gira, tras dejar salir un suspiro congelado, dispuesto a volver dentro. Es en ese momento, en el que puedo vislumbrar parte de su rostro. Piel pálida, ojos violetas... Mi corazón se detiene ante la remota posibilidad...

―¿E-Edric? ―pregunto de manera casi inaudible, consciente de lo imposible.

El chico, que me da la espalda, se para justo antes de abrir la puerta. Ladea su cabeza lo suficiente como para ver su perfil y, cuando se gira por completo, mi corazón vuelve a palpitar. No es Edric, pero la sorpresa es igual de agradable.

―¿Quién eres? ―interroga él, cabizbajo.

Lo mejor respuesta que puedo darle, es la más simple: Me quito la caperuza, desvelando mi rostro.

―Me alegro mucho de verte, Ezra ―expreso con una sonrisa, tratando de contener las lágrimas.

Sus ojos engrandecen al reconocerme, pero, rápidamente, me retira la mirada.

―¿Dónde está mi hermano? No importa cuánto grite su nombre, no aparece, y él siempre aparece.

―Ezra, y-yo...

―Si se está escondiendo, dile que puede salir, yo sé que él no fue quien mató a todas esas personas. Edric no haría algo así jamás, jamás.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Where stories live. Discover now