XII. El búho observador y la llama recelosa

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La capa negra ondea, violenta, durante la caída que protagoniza mi antiguo compañero desde lo alto del tejado. Me balanceo discretamente hacia delante, ha saltado desde unos cuatro metros de altura. Agita el brazo, instándome a imitar su comportamiento. Me quito los molestos tacones y los deslizo hacia el otro lado del tejado. No sé cómo he logrado mantenerlos en mis pies durante tanto tiempo.

El frío viento invernal choca contra mi cuerpo en las alturas, y juega con la tela del vestido manchado de sangre roja y negra. Sin pensarlo dos veces, adelanto un pie y desciendo, amparada por mis alas incandescentes.

―¿Desde cuándo tienes alas? ―pregunta él, con los brazos cruzados y las cejas torcidas.

―Desde hace un par de meses.

―Cómo cambian las cosas ―suspira ―. Bueno, manos a la obra.

Entrelaza sus dedos, cubiertos por la tela de sus guantes negros, y los estira.

―Sabes que no hay entrada, ¿verdad?

Él ladea la cabeza, y clava sus críticos ojos azules en mí.

―Claro que la hay, pero tú no la has visto.

Dicho esto, señala la esquina que tenemos justo enfrente. La examino con cuidado, y puedo ver, con mucha dificultad, una rendija de ventilación. Es del mismo color metálico y oscuro del edificio.

―Siempre fuiste la mejor luchadora, pero yo era el mejor observador.

―¿Tiene eso algo que ver con que estés aquí?

―Ya habrá tiempo para explicaciones.

Agarra los barrotes y pone un pie en la pared, tirando con todas sus fuerzas de la rendija.

―¿Y este es el único plan que se le ocurre al gran observador? ―me mofo, observando mientras él continúa tirando.

―No, sólo quería intentarlo, pero escuch...

Resoplo, poniendo una mano en la rendija y haciendo que mis dedos se envuelvan en llamas ardientes. Estoy convencida de que esta es la única posibilidad que tenemos. Entonces, noto que las barras no se funden, y que mis manos cada vez me duelen más. Están quemándose. Las aparto con rapidez y calmo a mis llamas.

―Si no tuvieses la mala costumbre de interrumpir a los demás, sabrías que este es un metal a prueba de herederas del Fénix.

Da dos golpecitos en la fachada con sus nudillos. Este metal suena grave y pesado. Miro mis manos, cuyas palmas y dedos están renegridas y heridas. Sé que esta no es la primera vez que me enfrento a este metal. Ni tampoco es la primera vez que me rindo ante él. El día que los rebeldes se entrometieron en nuestra batalla y nos llevaron ante Zariah, me esposaron con un metal, que no sólo no se fundía, sino que mientras más fieras fuesen mis llamas, más abrasaba a mi piel al calentarse.

―Los años que pasé entre los rebeldes fueron muy útiles ―explica ―. Fíjate en el revestimiento bicromático del metal, es una cobertura especial.

Acaricia la fachada y exhala, para, seguidamente, sacar una navaja del bolsillo de su rasgado pantalón. Mientras observo con atención cómo gira los tornillos con la afilada hoja de la navaja, pienso. Es extraño que haya aparecido de la nada. Por lo que dijo antes, parece que sabe que los demás están aquí. No puedo permitirme fallar, ni caer en los juegos de mis enemigos.

―Listo, podemos entr...

Sus pupilas se contraen cuando se gira y se encuentra de frente con las llamas de mis manos, que iluminan su rostro oculto por ese pañuelo rojo.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora