IX. Imaginario

52 8 29
                                    

Ese abrazo me revela la verdad: su capa esconde un avanzado embarazo. Me separo de Gabriele casi al instante. Ríe dulcemente y acaricia el bulto. La luz que se cuela entre las nubes choca directamente contra el dorado anillo que lleva en el dedo. La realidad me golpea. Los pedazos del corazón que estaba recogiendo humillada se hacen añicos en mis manos.

―Nunca llegué a agradecerte por salvarme la vida, te debo tanto ―comenta, juntando los labios en una sonrisa cariñosa ―. Estoy tan feliz de que hayas vuelto, el mundo te necesita ahora más que nunca. Esos otros herederos... ―Su cara se torna preocupada ― Sé que tú no eres como ellos, Ethea no te ha olvidado. Caleb me ha dicho que...

Su voz se vuelve lejana y deja paso a un pitido en mis oídos. Se ha casado con la hija del General de División. Elías debe estar retorciéndose en su tumba, y seguramente por eso mismo lo haya hecho, aunque quién demonios sabe a estas alturas qué ases esconde bajo la manga. Mis ojos se van a su vientre, ahí está el hijo que van a compartir, sereno y totalmente ajeno a la verdad. Me llevo una mano a mi abdomen, apretando la tela que lo cubre. Esto no es justo.

―¿Estás bien? ―interroga, poniendo su mano sobre mi brazo ―. Te has puesto pálida.

Trago saliva. ―Sí ―contesto con un ridículo hilo de voz.

Ella me mira con semblante preocupado, vuelve a hablarme, pero no quiero oír sus palabras. Mis ojos arden, mis oídos duelen, mi garganta me escuece, mi cabeza va a explotar y de mi corazón no escapa ni un solo latido. Llevo las manos a mis ojos, respirando con dificultad. Noto las suyas agarrándome, manchándome con su desasosiego. Me deshago de ellas con un violento manotazo. Ella da dos torpes pasos hacia atrás, asustada. 

Ya no estoy pensando... Pensar duele, estar aquí duele, nunca debí haber dejado que Edric me llevase a su casa. No debí haber aceptado unas alas que no merezco. Todos se equivocan conmigo. La prueba está delante de mí. Ella vive la vida que yo quería para mí. Él me arrebató todo aquello con lo que yo soñaba.

Mis manos caen. Levanto la mirada, envuelta en ira y odio. Gabriele se ha dado cuenta, comienza a caminar hacia atrás, con el rostro desencajado. ¿Qué pasaría si le doy la vuelta a la situación y le quito a él todo lo que ha conseguido? ¿Qué pasaría si jamás pudiese conocer a su hijo? Si tuviese que ver a su esposa muerta. Si fuese yo la instigadora de su dolor igual que él lo ha sido del mío.

Gabriele no puede correr, su barriga pesa demasiado y sus zapatos son incómodos. Intenta huir mientras yo apresuro mi paso, pero es inútil.

La agarro de su ondulado pelo rubio y rodeo su cuello con mi brazo. Mi corazón comienza a palpitar, debe ser la adrenalina.

Ella habla, sé que está implorando y llorando por su vida y la de su hijo. No puedo oírla. Un tirón hacia la derecha bastará para que deje de sufrir. Al fin y al cabo, ella es sólo una víctima más. 

Por primera vez desde hace un rato, vuelvo a oír y lo primero que percibo es el crujir de su cuello al romperse y el golpe seco de su cuerpo cuando choca contra el suelo.

Entonces, noto un fuerte impacto contra mi mejilla y salgo de mi trance.

―L-lo siento, no reaccionabas y me asusté ―se disculpa Gabriele.

La tengo delante, de pie y bien viva, incluso sus mejillas están sonrojadas.

―Me lo he imaginado todo, ¿verdad? ―musito casi para mí misma, acariciándome la zona dolorida.

Ella arruga la frente. ―¿De qué hablas?

Es oficial, he perdido la cabeza, pero sinceramente, no es que me importe demasiado.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora