XIV. Golpes de sinceridad

61 7 20
                                    

Por fin hemos encontrado un lugar en el que descansar: un claro en medio de un bosque desconocido. He encendido un fuego y Skylar está sentado frente a mí.

―¿Crees que Elsie estará bien? ―interrogo, abrazando mis rodillas.

―Claro que sí, va con Chai ―responde, limpiando sus cuchillos.

―Un perro de ese tamaño no puede proteger a una niña, Skylar.

―Chai no es un perro normal.

Exhalo y mi respiración se convierte en vaho.

Al menos pude fabricarle una antorcha, espero que no se haya alejado mucho para ir al baño. Hace frío y nunca se sabe si hay Sombras acechando.

―Y bien, ahora que estamos solos, ¿piensas contarme qué demonios has estado haciendo estos dos años?

Mis ojos se clavan en los suyos, no esperaba tener que responder a esa pregunta tan pronto... 

―Antes de responder, me gustaría hacerte una pregunta: ¿cómo supiste que el monstruo al que disparaste no era Edric?

Sus pupilas se contraen y traga saliva antes de responder:

―Ah, pues... No lo sabía.

―¿¡Que no lo sabías!?

Él alza sus manos al ver que yo me levanto.

―He visto a esos monstruos antes, podía intuir que no se trataba de él, así que pensé que como tú estabas allí lo curarías si resultaba ser el verdadero.

―No vuelvas a hacer algo así... Buscaré una manera de identificarlos ―explico, volviendo a sentarme ―. Aunque no fuese Edric, verle en ese estado me rompió el corazón.

Suspiro. No quiero recordarlo. No quiero pensar en la posibilidad de que ahora esten sufriendo.

―Bueno, yo ya he respondido, es tu turno.

Vuelve a la tierra, Lilith, revolcarte en posibilidades inciertas no les ayudará. 

¿Qué debería responder? ¿Debería contar una media mentira y decirle que he estado entrenando? No, él forma parte del país al que dejé atrás porque fui débil. No puedo mentir.

―No soporté el saber que Caleb mató a mis padres, Edric me sacó de aquí, pero fui yo la que no quiso volver por esa misma razón.

―Perdona, ¿acabas de decirme que Heller mató al teniente Arden y a su mujer?

Le retiro la mirada, apoyando mi frente contra mis rodillas. Aun duele, y oírme a mí misma contarlo hace que me den ganas de vomitar.

―Ese cabrón nos ha tenido a todos engañados, eh ―comenta, echándose hacia atrás para sostener su peso sobre sus manos.

―Sé que todo lo que está sucediendo es culpa mía, no sólo me dejé engañar, en el proceso maté a mucha gente y...

―No pienso escuchar discursos sobre la pena que te das a ti misma.

Vuelvo a levantar la cabeza. Él me está observando a través de las llamas de la hoguera. Se hace un silencio en el que sólo se oye el viento y el crujir de la madera en el fuego.

―Esa gente merece que luches, se lo debes. Con la carga de tus pecados sólo puedes hacer dos cosas: o la conviertes en energía para vivir, o dejas que te consuma hasta morir. Si te arrepientes de todos tus errores, debes hacer algo para enmendarlos, no dejarte ser engullida por la lástima que sientes por ti misma.

―Tú mismo dijiste antes que es culpa mía.

Él resopla. ―Porque es así, tanto como lo es mía, y de todos los soldados que mataron a personas inocentes, o se dejaron llevar por la codicia. Todos cargamos con culpas y remordimientos, Lilith.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora