XXVIII. Espada y escudo

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Un golpe seco en la cabeza me saca de mi trance. Acaricio el lugar donde he recibido el golpe y observo a la anciana, que se ha parado delante de mí, apoyándose con sus dos manos sobre el bastón.

―Deja de llorar y levántate ―ordena. ¿Quién es esta mujer? ¿Por qué se comporta de esta manera de repente?

Obedezco, limpiando mis lágrimas con la manga del jersey negro.

―¡Espalda recta! ―grita, con el sobresalto, mi cuerpo le hace caso al instante―. Barbilla alta. ¿Qué diría tu abuelo si te viese así?

―¿M-Mi abuelo?

―El Gran Drael, Guardián del Fénix; él encontró el escondite de Caim, pero imagino que eso ya lo sabes ―Da unos pasos para acercarse a mí, sin retirarme la mirada ni un segundo ―. Yo era una de sus sacerdotisas, luchamos esa batalla y muchas otras a su lado.

Esa es la razón por la que podía sentir que el Fénix no está conmigo... De pequeña oía historias sobre las sacerdotisas, mi madre tuvo una cuando era una niña. Eran la espada y escudo de los Herederos, sus protectoras. Personas devotas, que entregaban sus vidas por un bien mayor. No puedo creer que esté frente a alguien que vivió con mi abuelo. No tengo muchos recuerdos de él ya que murió cuando yo era muy pequeña, pero sí que recuerdo con claridad que su iris izquierdo era naranja como el sol del atardecer. Era un hombre serio, pero atento con su familia.

―Hice la promesa de que, mientras viva, serviré a los Herederos del Fuego ―explica ella ―. Llevo mucho tiempo esperando este momento; tengo algo que darte.

La anciana se va del diminuto salón, dejándonos a Zariah y a mí a solas.

―Es por esto por lo que quería que te quedases conmigo, este es el lugar en el que debes estar.

La miro, su sonrisa es amable. No puedo evitar pensar en cuán diferentes habrían sido las cosas, si aquel día me hubiese quedado con ella, y no hubiese vuelto a la base con el capitán. Pensaba que estaba haciendo lo correcto, estaba completamente convencida de ello, pero me equivoqué. Jamás debería haberle seguido, quizás hoy el mundo sería un lugar completamente diferente; un lugar mejor.

La abuela vuelve, con el bastón colgando de brazo derecho, y una caja de madera con bordes de oro en sus manos.

―Dentro de esta caja hay una reliquia que pertenecía a tu abuelo ―Abre el cofre, descubriendo un cojín rojo que resguarda un colgante dorado. La cadena resplandece, y en el pendiente está grabado el contorno de una pluma ―. Ahora es tuyo, Heredera del Fuego -Se agacha, mostrando un respeto que no merezco.

―Por favor, no es necesario...

Al mirar a mi lado, veo que Zariah también ha agachado la cabeza, se lleva una mano al centro de su pecho.

―Te acompañaremos y lucharemos a tu lado, Lilith, hasta el final.

―Pero ni siquiera tengo poderes... Ahora no soy más que una humana.

La anciana ríe por la nariz. ―Un humano normal y corriente no sería capaz de cargar con el poder del Fénix, nunca has sido una simple humana. ¿Por qué no te pones el collar? -Observo su rostro de tez morena, está tranquila, sus ojos me miran con gentileza.

Me acerco un poco más a la caja y, al rozar el colgante con la punta de mis dedos, una misteriosa electricidad recorre mis huesos. ¿Qué ha sido eso? ¿Qué es este collar? Lo sostengo entre mis dedos, esta poderosa energía me deja casi sin aliento. Abro el broche, y coloco el colgante alrededor de mi cuello. Con este simple gesto, todo a mi alrededor desaparece, extendiéndose una nada blanca ante mí. ¿Dónde estoy? No quiero moverme, pero veo una luz anaranjada a lo lejos, una luz cálida y familiar. Me decido por ir tras ella. Mientras camino, todo mi dolor desaparece. Mi cuerpo se vuelve ligero, las heridas de mis pies se curan, puedo andar sin problemas. La luz se intensifica a medida que me aproximo a ella, cegándome, pero aunque no vea nada, siento que puedo confiar. No desconozco esta candente sensación; pero hacía bastante tiempo que no siento nada parecido. La luz me engulle, ahora somos una. No sufro, no dudo, estoy en casa. Estoy a salvo.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora