VIII. Raíces

55 10 39
                                    

Los árboles que tengo delante empiezan a decaer, perdiendo hojas y produciendo un sonido similar al de huesos partiéndose. Se abren hacia lados opuestos, creando una entrada que inutiliza al muro.

Hace acto de presencia la persona a la que yo estaba empezando a considerar como un mal sueño. Cruza la entrada a la vez que se arregla los puños de su largo abrigo de color granate oscuro.

Se ha hecho dueño del tiempo y lo ha parado a su favor, su físico no ha cambiado, su pelo sigue igual de nocturno y sus ojos continúan avergonzando a la luna. Aunque, ahora le persigue una sombría tiniebla. O quizás ha estado siempre ahí y yo no he sabido verla.

Se detiene a unos dos metros de mí, con una arrogante comisura elevada.

―Nos reencontramos como la última vez que nos vimos: solos y con cuerpos yaciendo en el suelo. ¿No te parece increíble?

Mi corazón late con tal intensidad que no puedo concentrarme en nada más. Rabia, tristeza, pena, dolor, amor, impotencia, odio... Hacía tiempo que no sentía emociones tan intensas y frenéticas. Siempre ha sido así, ¿verdad? Con él siempre ha sido así.

Da unos pasos hacia delante y ríe por lo bajo.

―No logro descifrar qué es lo que más te apetece, si matarme o besarme.

Siento en mi interior un vómito de palabras que no voy a poder detener:

―¿A qué viene tanta soberbia? Sólo eres un asesino hipócrita.

Su risa se intensifica. ―Echaba de menos tu sinceridad.

Me cruzo de brazos. ―¿Qué tal tu mujer?

―Hermosa y a punto de dar a luz en apenas dos meses ―explica, cerrando aún más la distancia que nos separa.

Un cuchillo se rompería al tan siquiera rozar la tensión que se palpa en el ambiente. Supongo que me apetece apretarle las tuercas un poco.

―¿Cómo es la vida de casado?

Se pasa una mano por el pelo y suspira, permitiéndome ver la dorada banda que decora su dedo. Tenerle delante es agridulce, me deja descolocada y expuesta. No me gusta lo más mínimo.

―Diferente, pero el matrimonio es algo común y aburrido. Me interesas más tú, cuéntame, ¿cómo es la vida de una fugitiva de la ley? He oído que tus amigos son unos sangrientos asesinos ―Mira de reojo a los tres que siguen inconscientes en el suelo.

Se está riendo de mí en mi cara, como ha hecho durante años. No pronuncio palabra. No voy a darle lo que quiere. Le sostengo la mirada, tensa y angustiada. Él me la mantiene como si nada. Ladea un poco la cabeza, analizando las emociones que ve en mis ojos.

―¿A qué has venido? ―interrogo impaciente.

Media sonrisa se dibuja en su rostro y termina de aproximarse a mí, con los brazos tras la espalda, quedando a pocos centímetros de mi cara.

―A verte, por supuesto.

―¿A verme? ¿Es que no has terminado de hacerme daño?

Pongo mis manos en su pecho para empujarle, odio tenerle tan cerca. Él aprovecha este gesto y me rodea con sus brazos.

―Sospechaba que me lo pondrías difícil, es hora de que acompañes a los demás.

Acerca tanto sus labios a los míos que nuestras narices se rozan. Durante un segundo, siento que mi corazón se me va a escapar por la boca. Sin embargo, sus labios acaban besando mi frente y, con este gesto, empiezo a perder el control de mi cuerpo y el conocimiento.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Where stories live. Discover now