XXIX. Calma

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Los recuerdos infantiles que conservo de una Egia pobre y desolada se ven contradichos por el presente: las calles llenas de vida, las tiendas abiertas, los antiguos edificios en obras contrastan con aquella aldea amurallada, con enfermos tirados en las calles y gente muriendo de hambre que recuerdo. Sus habitantes parecen estar recuperándose poco a poco de las decisiones del anterior gobierno. Ya no existen murallas que los separen del resto del país. Me gustaría alegrarme, debería sentirme feliz por ellos… Esta es una de las razones por las que luchamos contra el General de División, pero tal y como dijo Zariah: Caleb nos está engañando, y todos vamos a pagar el precio por ello. Él les está proporcionado una falsa sensación de libertad y progreso, todos son ajenos a la realidad, piensan que la guerra y el hambre ha acabado, pero lo peor está por llegar. Se las ha arreglado para que todo el país le siga sin rechistar, y esa es, precisamente, una de las cosas que más me aterran del asunto.

Observo a Skylar, el amargo humo de su cigarrillo se cuela sigilosamente en mis pulmones, provocándome una tos bastante molesta.

―¿Cuántos te has fumado desde que salimos?¿Tres?

El moreno alza una ceja, mirándome de reojo.

―No te metas donde no te llaman.

―Oye, te estoy haciendo el favor de acompañarte, ¿tanto te cuesta ser amable? ―discuto, agitando la mano frente a mi nariz para alejar el humo.

―Soy muy amable ―Me detengo en seco, observándole confusa. ¿Es que no es consciente en absoluto de lo grosero que es la mayoría del tiempo? ―. ¿Qué miras?

Cansado por la ausencia de respuesta, rueda los ojos y continúa caminando.

―¿Crees que llamar chorizo chamuscado a alguien es ser amable? ―pregunto, caminando a paso ligero para ponerme a su altura.

Él ríe y se encoge de hombros. ―Sólo dije la verdad ―Le propino un ligero golpe en el hombro con la palma de mi mano. Skylar continúa riéndose.

―Eres un imbécil.

―Y tú eres insufrible; como parecías tan callada y fría en el ejército no me imaginaba que pudieses soltar tantas tonterías por la boca en tan poco tiempo.

―Skylar, eres…

―¿Piensas que voy a consentir que una niña llorona me insulte como si nada? Te he dejado venir porque me empezabas a dar pena, no hagas que me arrepienta.

¿Llo-Llorona…? Vuelvo a detenerme. Aprieto los puños, mirándole enfurecida.
Estar rodeaba por el gentío no me ayuda a sentirme mejor, todos caminan con prisa, algunos chocan contra mí sin siquiera disculparse.

―No necesito que nadie sienta pena por mí, si te molesto me voy ―escupo, dando un paso hacia atrás.

―Eres libre de hacer lo que te dé la gana, vete si quieres ―responde él, a través del humo de su cigarro.

―Eso haré.

―Vale.

―Bien ―Frunzo los labios y me doy la vuelta. Ojalá pudiese decir que estoy sorprendida por su comportamiento, pero no lo estoy, sólo confusa. Skylar está rodeado de muros de cemento y espino. Cuando pienso que veo una pequeña grieta en ellos, me encuentro de cara con esas afiladas y malhumoradas espinas. Sé que bajo esa coraza de humo hay una persona noble y cordial, me lo demostró el día en el que enterré a Iver. Por desgracia, no he vuelto a ver esa parte de él desde entonces.

Un fuerte tirón de mi capa me empuja hacia atrás, me giro alarmada para encontrarme al chico de pelo desgreñado desviando la mirada.

―Escucha, eres una molestia, pero... ―¿Gracias? Es un enorme imbécil. Agarro la tela de la oscura capa, y tiro hasta que me deshago de su agarre con la intención de seguir caminando, pero él me sostiene por la muñeca―Espera, Lilith, quizás me he pasado, ¿vale?

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora