XXXI. Ojos de sangre

27 3 5
                                    

Gabriele

El llanto de mi pequeña criatura me despierta de una pesadilla de la que pensaba que no podría despertar. Llevo semanas reviviendo los últimos años de mi vida ―antes de conocer a Caleb ―en mis sueños; pensaba que mi tormento se quedaría enterrado junto al cuerpo de mi padre, pero me equivocaba. Aún siento las grapas metálicas agujereando mi piel, los tubos atravesando mis venas…

Me coloco en el borde de la cama, siento como si cargase una tonelada de piedras dentro de mi pecho. La tenue luz del amanecer se cuela entre las cortinas, recordándome que he pasado otra noche sola. Suspiro mientras me acerco a la cuna de Azira, me mira con los ojos llenos de lágrimas. La sostengo entre mis brazos con cuidado, acariciando sus suaves mejillas. Su llanto cesa a los pocos segundos.

―Así que sólo querías atención, eh ―río entre dientes, frotando su diminuta nariz con la punta de mi dedo. Unos suaves golpecitos me distraen de los enormes ojos grises de Zira ―. Adelante.

La doncella se asoma por la puerta, con cara de recién levantada.

―Perdone, señora, había oído al bebé llorar y me he acercado para ver si necesita ayuda.

―No te preocupes, está todo controlado; al parecer Azira se ha cansado de estar en su cuna ―La sirvienta me devuelve la sonrisa.

―¿Quiere que le prepare el baño?

―Sí, por favor.

Ella agacha la cabeza y se va, cerrando la puerta tras sí. La pequeña se estira en mis brazos y se agarra a un mechón de mi pelo. No puedo evitar sonreír, aunque me entristece que su padre no esté aquí con nosotras. Hace semanas que sólo aparece para ver a Zira, y no me quejo, me encanta que sea un padre atento, pero me gustaría que también lo fuese como marido, igual que antes… Quizás yo debería dar el primer paso, él tiene tantas cosas en su mente que es comprensible que le cueste compaginar, ¿verdad? No puedo quedarme sentada esperando a que aparezca. Aún es temprano, seguro que está en su despacho; me arreglaré y le propondré ir a desayunar juntos. Mi corazón aletea ante la posibilidad de poder pasar tiempo con él.

Me miro al espejo, repasando una lista mental de cosas que debía hacer antes de irme: Azira ha comido y se ha vuelto a dormir, he ensayado el discurso para la cena benéfica del fin de semana mientras termino de arreglarme... Estoy nerviosa, mis manos tiemblan al colocar la última horquilla en mi pelo. ¿Y si Caleb me dice que no puede ir a desayunar conmigo?¿Y si está tan ocupado que ni siquiera puede verme?¿Y si interrumpo una reunión y se enfada conmigo? No… Él nunca se ha enfadado por algo así, ¿por qué estoy dándole vueltas a esas posibilidades?¿Por qué iba a tener que salir mal? Estoy pensando demasiado, aunque lo note distante sigue siendo mi marido.
Pulverizo perfume en mis muñecas y suspiro tras cerrar la puerta de la habitación; no hay razón para estar nerviosa, todos estos pensamientos no son la realidad. Si no puede desayunar, almorzaremos, y si no puede almorzar, cenaremos; siempre lo hemos hecho así. No logro entender de qué tengo tanto miedo, es un sentimiento de anticipación del que no consigo deshacerme. Mi mente y mi cuerpo se empeñan en hacerme sentir como que algo no va bien, pero no logro ver las señales… No puedo confiar en mí misma si no tengo pruebas para hacerlo.

Los pasillos están extrañamente vacíos esta mañana. Normalmente hay gente moviéndose de un lado para otro, trabajando sin descanso. Quizás estén reunidos con Caleb. La lluvia choca contra los ventanales, la niebla me impide ver más allá de los muros que rodean a nuestra casa.
Inhalo profundamente antes de tocar la puerta del despacho. Al rozarla con mis nudillos, me percato de que está entreabierta. La empujo con suavidad y entro. Examino la sala completamente decepcionada; no hay nadie. La luz choca contra el suelo de mármol blanco, veo las motas de polvo flotando en el ambiente. Me siento fuera de lugar si él no está aquí.
No he venido aquí para nada, si le dejo una nota sobre su escritorio estoy segura de que la leerá. Camino hacia su asiento de tejido oscuro. Sobre la mesa de madera no hay nada más que un mapa de los cuatro países. Debe tener un bolígrafo y papel en alguno de estos cajones. Como era de esperar, todos están muy bien ordenados, los documentos y carpetas se encuentran en perfecto estado. Los reviso hasta que encuentro una hoja de papel en blanco, ahora sólo me falta algo con lo que escribir. Al sostener el tirador de uno de los cajones, me percato de que algo está bloqueándolo, haciendo que abrirlo sea bastante difícil. Tiro y tiro hasta conseguir abrirlo; de él caen algunos documentos y fotos que no tardo en recoger. Caleb no suele enfadarse, pero estoy segura de que no le gustará verme abriendo y cerrando sus cajones. Sin embargo, eso deja de importarme en el momento en el que volteo una de las fotos; en ella se encuentra Lilith hablando con un hombre de pelo castaño y ojos verdes. Bajo la foto están escritos los números: 4/2/474, la fecha de ayer… Al observar la fotografía con más detenimiento, reparo en las heridas abiertas que tiene Lilith en su rostro, que está manchado de sangre y hollín. ¿Por qué tiene Caleb esta foto? Me agacho desde el asiento, recogiendo el resto de fotografías y documentos; en todas ellas está Lilith y, bajo las mismas, están escritas diferentes fechas que datan de hace meses. Son fotografías muy diversas, pero Lilith está en todas y cada una de ellas. ¿La ha estado vigilando? ¿Será que también la considera una amenaza…? Mi cabeza piensa en todas las posibilidades, pero una voz se alza sobre ellas; la voz del rumor que me lleva persiguiendo desde hace dos años. Los cuchicheos que se esconden entre las paredes viven también en mi mente, y la violencia de esta voz se hace aún más persistente al ver la última foto: Una mujer de largo pelo rojo y uniforme, con las condecoraciones propias de un Mayor, el mismo hombre de ojos verdes que estaba en la primera foto, Lilith y mi marido, ambos uniformados; posan frente a una casa de fachada blanca. Caleb, que apoya su mejilla en la cabeza de una sonrojada Lilith, la rodea también con su brazo, de la misma manera en que el extraño de ojos verdes lo hace con la pelirroja. ¿Por qué? ¿Por qué la abraza de esa manera? ¿Por qué guarda esta fotografía? Si los rumores que me han perseguido durante tanto tiempo son ciertos, ¿por qué nunca me ha dicho nada? Pensaba que venir aquí me ayudaría, pero me siento peor que antes…
Una lágrima inconsciente cruza mi mejilla, observo la fotografía con una confusión aterradora; mis dedos la arrugan al sostenerla. Por suerte o por desgracia, mi trance no dura demasiado: la puerta se abre, descubriendo a mi marido, que camina hacia mí con una ceja elevada. Se va a enfadar en cuanto sepa que he estado mirando estas fotos, pero, sinceramente, no me importa.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora