XIII. Soldado abandonado

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Nota de la autora: 

Antes de empezar la lectura quiero deciros que este capítulo es diferente a los demás: está narrado desde la perspectiva de Skylar. En el libro anterior no tuve la oportunidad de hacer algo así, pero creo que este se puede beneficiar muchísimo de los puntos de vista de otros personajes. 

Cada vez que veáis el nombre de un personaje en negrita y cursiva al inicio de un capítulo, os estoy señalando que esa persona será la que narra el capítulo.

Eso es todo, espero que os guste y me digáis qué os parece este cambio y si os resulta ameno.

Muchas gracias por todo :)


Skylar

Mi padre nos crio a mis hermanos y a mí con una creencia: a las personas buenas les suceden cosas buenas, a las malas; cosas malas. Una filosofía simple e ingenua que no tardó en volverse agria.

Mis hermanos y yo somos la generación que nació tras la guerra civil. Aquella guerra dejó desolada a Egia, construyeron el muro que nos separaba definitivamente del resto de Ethea. Ese muro trajo consigo pobreza, enfermedad y brutalidad militar, que supusieron un golpe fatal para la pequeña región. Nosotros crecimos en tiempos difíciles, mientras los que vivían al otro lado del muro continuaron con sus vidas, ignorando la situación precaria que soportamos en Egia.

Nuestro padre se esforzaba por no dejarnos pasar un día sin comer, trabajaba día y noche en las oscuras minas, cuyo carbón era exportado fuera de Egia. A pesar de volver cansado de trabajar, siempre sacaba tiempo para jugar con nosotros. Era un hombre honesto y alegre. Sólo recuerdo una ocasión en la que he visto a su rostro reflejar tristeza: el día en el que mi madre se fue, dejando sólo una nota sobre la mesa del salón. Ese día, mi padre se sentó en su silla favorita y no alzó la cabeza hasta que la pequeña Evelyn se despertó llorando.

El abandono de nuestra madre sembró diferentes semillas en cada uno de nosotros. Evelyn, la mayor, se convirtió en una matriarca con mucho carácter, Kenneth, el mediano, se esforzaba en sus estudios, y logró destacar en la escuela a una edad muy temprana, y yo, el pequeño, no supe entender por qué mi madre se fue, y no destacaba especialmente en nada. No quería que mi padre tuviese que romperse la espalda para conseguir, a duras penas, alimentarnos. Pero no tenía la inteligencia de Kenneth, ni la voluntad de hierro de Evelyn, ni ningún conocimiento especial que me sirviese para ayudarlo.

Me dolía ver a mi viejo tan agotado, me dolía ser tan desesperadamente inútil, tanto que no soportaba estar en mi casa. Un día, paseando por Egia, cargando con el dolor de mi infancia, y con el de mi inexistente habilidad para sobreponerme a él, encontré un agujero que atravesaba el enorme muro de piedra. En mi mente infantil no apareció ninguna voz razonable que me aconsejase no atravesarlo, así que simplemente lo hice. Aunque, si hubiese sabido lo que ahora sé, jamás hubiese cruzado el muro.

Ese día descubrí la vida que llevaban los habitantes de Ylin tras la guerra. Me enamoré al instante de aquellas calles limpias, tiendas y casas que no estaban al borde del colapso. Todos parecían felices, sanos... Quería eso, lo deseaba más que nada. Quería poder pasear con mi familia por la calle sin temor a que nos roben o nos maten.

Caminé, embriagado por el olor a pan recién hecho que provenía de la panadería, y la belleza de las flores que vendía una muchacha en su tienda. Caminé y caminé, y mis pies desnudos nunca llegaron a lastimarse, estaba fascinado.

Lilith: desolación [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora