Prólogo

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Los colores brillantes de su espejo. Ella misma los había pintado; tenía las acuarelas más hermosas y los pinceles más finos. Cada bello retrato que hacía de sus hermanos y de su padre con apenas 12 años revelaban que la pequeña era de buenos dones.

Simplemente no entendía las intenciones de su padre; España siempre quiso que estudiara algo de la nobleza. Era la mayor y eso conllevaría a recibir primero el Reino. 

-¿Porque yo?, Argentina es un buen heredero, buen hermano, del más noble linaje... Y yo... mi única vida está afuera, en el bosque-. Es lo que su instinto le advertía. 

Cada uno de sus hermanos era diferente; pertenecían a distintas especies y la belleza con la que crecían era naturalmente herencia de la magia que alimentaba la tierra, hacía crecer el trigo, les daba cauce a las aguas y dirigía los vientos. Constantemente se vivía un cambio pues yacía en ellos una sana fuente de grandeza que los ennoblecía más. 

Pero aún más allá.

Justo después del cruce del páramo. Dónde la vegetación extrañamente no abundaba, y los ligeros indicios de bosque se acababan: se encontraban los Alfas. 

Los que mandaban encima de toda especie. Grandes depredadores de noche y protectores de día. Estaban familiarizados con las castas, iguales a las de Oriente, sólo que éstos en vez de pertenecer a animales; en las suyas dominaban los Alfas, Omegas y Betas. 

El rey de Occidente amaba tener a sus hijos a un lado, amaba intimidar, doblegar y matar a quien se metiera con ellos. Apartado y sobre todo territorial.  Su familia no era grande, comparada a la del Español, podríamos decir que la suya era proporcional: tres hijos, un heredero, y un Alfa.  

El mayor de aquel trío; era serio, desdeñoso, nostálgico, y se mantenía fiel a una sola idea: proteger a sus hermanos y mantenerlos cerca del Reino cuando llegara el invierno y enseñarles a cazar cuando pisara el suelo el verano.

Oriente y Occidente. No eran los mejores amigos que digamos. Compartían un muy cruel y gran conflicto desde generaciones pasadas. Devastadoras y sangrientas.

-Prométeme que seréis una buena Reina, México. Y sin importar que digáis o que hagáis. Nunca posarás las plantas de tus pies en tierras enemigas. Nunca-. Le constaba que su hija era la más indicada para perdonar y reconciliar, pero podía perder muy fácilmente el rumbo cuando divagaba en pequeñeces. 

-Rusia, hijo mío y heredero. Júrame que nunca verás con otros ojos, a los ojos que nos traicionaron hace años-. En cambio, Rusia era todo lo contrario; recordaba los problemas del pasado y en su piel ardía como herida del futuro.

-Lo prometo-. Ambos hablaron.

Y en un juramento inmediato, ambos reunieron las fuerzas que les exigía la palabra y sellaron la discordia que empezaría la historia de dos provincias; hijas del conflicto y amantes de la tragedia.  
































[...]

-Prepárate para dormir hija mía-. Le acarició el cabello. Se mantenía hermoso por todas las cepilladas que le daba cada noche. -¿Ya lo cepillaste? -. Miró a la niña.

-Ya padre...-. Se retiró del cuarto al ver que su hija ya se estaba durmiendo.

Solo era de esperar...

A que sus instintos de ave real despertaran y con ella, la curiosidad. Abrió un ojito para ver si su padre no seguía en la puerta, terminó de abrir el otro y pudo ver desde la orilla que no había nadie. Su amplia vista le servía mucho, era un don por servir a una progenie de sangre pura. 

Se tomó el tiempo necesario para retirar las sábanas y apartar el tul, al voltear, repuso en que su ventana estaba abierta. Dudó, tal vez en si era más conveniente salir por la rejilla del comedor o saltar por la ventana, pero no tardó tanto en decidirlo. Reemplazó su pequeño cuerpo por almohadas inertes. Se colocó las botas y detrás de ella, como era de costumbre, yacía la escena perfecta para engañar a las doncellas que venían a verla a medianoche. 

Y esta era su parte favorita.

Se lanzó al cielo. Manifestó a través del aire una fuerza que ya muchas veces se había apoderado de ella, que nunca la abandonaba y que la motivaba para repetir lo mismo todas las noches. Sentía que el pelo se le desprendía de la cabeza y que su ropa también luchaba para arrancársele del cuerpo. Al final, todas aquellas sensaciones se fueron transformando en plumas, menos piel, garras, en algo más pequeño que una nube, pero mucho más veloz que la gota de lluvia. El Águila Real se esfumaba con el bosque. 

Con límites; ella sabía perfectamente lo que les había dicho su padre: "No podéis pasar al páramo. O tendremos problemas serios". Recordaba eso al llegar a su destino.

-No salir más allá. Hecho-. Voló encima del follaje de los árboles, y simplemente cantó mientras bailaba con el viento.

Se guiaba de las estrellas, ruidos y el marullo, generalmente amigos de las aves nocturnas, para no desorientarse del castillo: sin embargo, el clima gritaba desde más allá que estaría nublado hasta que amaneciera, por lo que tendría que tener cuidado hoy. 













𝕵𝖚𝖌𝖆𝖗𝖊𝖒𝖔𝖘 𝖊𝖓 𝖊𝖑 𝖇𝖔𝖘𝖖𝖚𝖊 ||  [✔COMPLETA✔]Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon