Capítulo 4

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La espera no fue eterna, solo fue cuestión de que amaneciera de nuevo para que pudieran verse otra vez, no en el mismo lugar, pero tan intensamente como ayer. 

Ambos ya habían roto la promesa que le hicieron a sus padres. La pequeña ya había puesto un pie en territorio enemigo...

Y el pequeño. Ya se había enamorado.

¡Hola!, pensé que no te vería de nuevo— dijo México cuando zangoloteó sus alas en el aire.

De hecho dormí aquí, esperándote— el niño le regaló con soltura una sonrisa que evidenciaba emoción. 

La mexicana, conmovida, regresó de vuelta el gesto y se mantuvo en reserva por un momento, tímida, pues había recordado el atrevido beso que le regaló sin que se lo esperase. 

La niña perseguía un carácter que se transformaba de vez de cuando, era muy ágil para la poesía, pero cuando tenía que expresarla se le quedaban los versos en las muelas. Tímida y reservada pero muy platicadora en el seno de su familia. Era explosiva, enfermiza y habitualmente tenía conversaciones consigo misma en la ducha. 

¿Quieres jugar a algo? — preguntó México.

Y en un arrebato, el joven lobo tomo su forma de niño otra vez —¡Por supuesto! —

Eran pocos los que advertían su extraño mal genio en el castillo, y un sano carisma cuando salía al bosque. Sólo se sentía auténtico cuando la naturaleza le acariciaba el pelaje, le hundía las patas en la tierra y caminaba por la siembra de trigo. 

Y continuaron. Debatían a que jugar, a veces preferían estar sentados y verse el uno al otro, o estar jugando con las piñas que resbalaban de vez en cuando de los troncos. También les gustaba divertirse en los escondites que encontraba Rusia, ahí habían prometido encontrarse todos los días. 

Pronto, nacería un deseo de verse seguido y a escondidas de sus padres. En las noches, donde solo se escuchaba la brisa del norte y los saltamontes.

Hubo días buenos, aterradores, lluviosos y sobre todo, los que duraban infinitamente bien. Pero también pasaron accidentes, uno en especial: 

¡Solo Salta!— Rusia le imploraba a la chica que saltara para atraparla.

No, no, no... ¿Cómo sé que me vas a atrapar?— la pequeña traía su ala rota. 

Ya se estaba imaginando varios escenarios con su padre: histérico, consternado, alarmado hasta el copete tratando de conseguir a los mejores médicos de la Unión oriental para curar a su hija. Solo porque había caído de la copa de un árbol.

Confía en mi México, sé que te duele, por eso tengo que curarte— el chico podría jurar que sentía el dolor de la niña con tan solo mirarla.

Y lloraba con ella.

¡Bien!— No soportaba más, lo haría sin importar que cayera en una piedra o en una nube. México no aguantó el dolor y simplemente se dejó caer de la rama en la que estaba para que Rusia la atrapase.

Sintió miedo, lo tuvo desde que permitió que sus alas salieran al exterior, y se regañó por lo desesperada que estaba para mostrárselas a Rusia sin antes haber tenido cuidado con ellas. 

Cuando cayó, los brazos de Rusia la rodearon y la hicieron descansar en el suelo. 

Te tengo que llevar con una maestra blanca, si tu padre se entera de que estas así por mi culpa: querrá mi cabeza y la de mi padre en su pared— la mexicana sonrió cansada, aprobando su decisión.

No quería ir más allá del páramo que separaba los dos reinos. Pero enserio no había palabras que describieran el dolor que estaba sintiendo.

Rusia la cargó, aun siendo un niño tenía la fuerza suficiente para cargar a un ciervo. Él también tenía miedo, se estaba arriesgando a llevar a la hija de su mayor enemigo a ser curada. Su padre también era una razón para preocuparse, puesto que si se enteraba no habría manera de hablar otra vez. Le cortaría la lengua por hacer promesas falsas. 

La cargó sobre su espalda con tal de no molestarla con sus alas.

Partieron, y la llevó a un lugar de su Reino un poco alejado del Castillo, en las cumbres de las montañas, donde la mano de su padre no ejercía aún la ley de Castas para erradicar la magia que apenas se conservaba intacta. 

Ahí habitaba una señora longeva, de aspecto conservado pero cansado, con una ceguera que nublaba sus ojos y un oído tísico como el de su hermano. Su nombre era Laviana, había sido olvidada y desterrada por ser bruja; hace muchos años se le otorgó el perdón por salvar de un coma terrible al propio URSS cuando este aún ni siquiera tenía la noción de que iba a ser rey. 

Rusia...¿Qué te trae por aquí querido?— preguntó entusiasmada, aunque con la ligera sospecha de que algo malo iba a ocurrir. 

Es mi amiga. Ayúdela por favor— Rusia miro a la pequeña que traía en su espalda, ya estaba pálida y sus brazos poco a poco iban perdiendo fuerza. Lo sentía.

Debes tener valor para cargar en tu espalda a la primogénita de tu enemigo muchacho— la señora tocó el rostro de la niña y dirigió su mirada al pequeño. —Si no curo su ala, tal vez muera. Y creo que algo en usted también joven alfa—

𝕵𝖚𝖌𝖆𝖗𝖊𝖒𝖔𝖘 𝖊𝖓 𝖊𝖑 𝖇𝖔𝖘𝖖𝖚𝖊 ||  [✔COMPLETA✔]Where stories live. Discover now