Capítulo 33.

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Desperté desorientada, no sabia cuanto tiempo había pasado, frote mis ojos con dificultad mientras me incorporaba.

—Anne, por fin —Esmeralda sujetaba mi mano, aliviada.
—¿donde estamos? —pregunté confundida.
—en mi antigua casa, estaremos seguras aquí o al menos eso espero —se veía angustiada.
—¿cuanto tiempo estuve dormida? ¿Neferet? —tenía miedo de que le pasara algo.
—el se está ocupando del señor Raziel seguramente, estará bien —afirmó con seguridad.
—dormiste 6 horas, use un hechizo de teletransportacion —así que era un hechizo lo que murmuraba antes de desmayarme.

Sentí mi cuerpo pesado y me pregunté si era por lo que Esmeralda había hecho, me incorpore con dificultad y camine en dirección a la ventana. Observe el paisaje pero no me resultó familiar.

—¿estamos lejos del castillo? —pregunté.
—no mucho —Esmeralda coloco su mano en mi hombro y soltó un suspiro resignada.
—¿que esta pasando? —me sentía asustada e inútil por no poder ayudar a Neferet.
—no lose —admitió al cabo de un rato.

¿Porque el señor Raziel insistía en que Neferet me matara? Algo se avecinaba podía sentirlo, solo tenía miedo en cómo terminaría todo esto. Las horas pasaban y no había rastros de Neferet, comenzaba a preocuparme.

—tranquila Anne, todo estará bien —sus palabras no me daban mucho consuelo, necesitaba asegurarme de que así fuera.

Punto de vista de Neferet.

—eres el siguiente al mando Neferet, ¿como puedes ser tan blando? —cuestiono mi padre.

Convertí mis manos en puño mientras lo observaba con enojo, sentía deseos de golpearlo pero no podía hacerlo, aún tenía control sobre mi y lo odiaba, me sentía como su títere, el me ocupaba como un comodín bajo la manga y por esa misma razón tenía que matarlo...

—¿donde esta tu sirvienta? Quise jugar con ella y se fue... —siseo decepcionado.
-¿tu que? -pregunté asustado.

No, Anne...

—tranquilo, se fue antes de que pudiera jugar con ella —dijo sin importancia.
—no vuelvas a tocarla —murmure entre dientes.

Alzó una ceja divertido y soltó una carcajada al ver mi expresión.

Salí en segundos de la oficina y comencé a buscarla pero no sentía su aroma en ningún lado, entre a su habitación y encontré una pequeña nota.

Señor Neferet, me llevé a Anne conmigo. Puede encontrarla en mi antigua casa, lo estaré esperando.

Esmeralda.

Solté un suspiro aliviado al terminar de leer y agradecí que Esmeralda actuara rápido. Sentí la ira apoderarse de mi por un momento al pensar que hubiera pasado si Esmeralda no la hubiera ayudado, había prometido cuidar a Anne y no lo había cumplido, sujete mi cabello con fuerza mientras cerraba los ojos y maldecía a mi padre.

—vaya Neferet, es enserio —entro a la habitación y me observo divertido.
—todos los gobernantes están aquí —Azael me observo nervioso y yo asentí saliendo de aquel lugar.

Caminamos al comedor y mi padre mantenía su mirada serena.

—señores Vintag, un placer verlos —saludaba el señor Bichir uno de los gobernantes del oriente.
—han pasado muchos años —dice el señor Yarur segunda familia gobernante del orientes.

Tienen sus rasgos distintivos sus ojos pequeños y con su color rojo intenso, llevaban puesta sus capas de color mostaza.

—dicen que tenemos ciertos problemas —cuestionó el señor Bichir.
—así es, tenemos que eliminar de una ves por todas a nuestros enemigos naturales, los hombres lobo —hablo rápidamente mi padre.
—¿a habido alguna rebelión de parte de ellos? —preguntó el señor Yarur con curiosidad.
—solamente especulaciones —respondió el señor Megalos.
—ya veo, me parece innecesario tomar acción en estos momentos —dijo Yarur.
—no podemos esperar que ataquen primero, hay que tomarlos desprevenidos —intervino el señor Sanna.

Solté un suspiro irritado pues esta sería una larga noche, sabía que mi padre, la familia Sanna y el señor Bichir odiaban a los hombres lobo y aceptarían una guerra con gusto, Mientras que la familia Antonio, y el señor Megalos les parecía innecesario y estarían de mi lado. Aún tenía duda en que lado se pondría el señor Yarur pero sabía que llegar a un acuerdo sería muy difícil.

La noche pasó con argumentos para instar la guerra y para no hacerlo los motivos eran evidentes pero ninguna parte se daba por vencida.

—¿enserio te vas a revelar contra tu creador? —preguntó mi padre irritado.
—tu no eres nada ni nadie para mí, ya no más —susurre en su oído con satisfacción.

Esto sería una guerra.

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