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Zaid se mete al baño unos segundos después, mientras yo me dejo caer en la cama, mirando el techo.

—¿No tienes frío? — me dice, al salir y ver que sigo fuera de la cama— te enfermarás si sigues así— él saca las frazadas y me cubre con ellas, metiéndose debajo también.

—a veces me dejaban en un cuarto — digo. La sensación de querer decirle todo me invade, aunque sé que no debo, aunque sé que las madres siempre dijeron que mantuviera mi boca cerrada respecto a todo lo que ellas me hicieron— podían pasar días sin que viera a nadie y... supongo que eso me afectó de alguna forma.

Zaid me observa en silencio, pero sus ojos brillan de enojo.

—no volverán a tocarte— asiento, sabiendo que él dice la verdad.

—cuando me dejaste caer al estanque— murmuro luego de unos segundos— sentí lo mismo, sentí que...

Zaid me observa.

—esa no era la intención.

—eso dijiste, pero no lo sentí como una ayuda, Zaid— digo, abrazando mis piernas, sintiéndome vulnerable.

—por eso es que debes aprender a defenderte.

—¿Qué te hace pensar que no usaré lo que aprenda contra ti?

—no eres tan idiota— Zaid estira el brazo y apaga la luz de la habitación. Los relámpagos iluminan intermitentemente la habitación, pero por demás, estamos en la oscuridad absoluta — ¿Quieres que te abrace?

—¿Por qué querría eso?

—por la lluvia —observo la oscuridad en silencio y no le respondo— bien, como quieras.

Su cuerpo se mueve y sostengo las mantas contra mí, apretándolas contra mi pecho cuando la lluvia comienza a ser más fuerte. Suelto un suspiro, sabiendo que será una noche larga y que por más que esté cansada, no podré dormir bien.

—Zaid— murmuro un buen rato después, sin saber si él sigue despierto o no. Como no me responde y la oscuridad dentro de la habitación es tanta que no puedo verlo, asumo que se durmió.

Otro trueno rompe el silencio y me muevo, nerviosa.

—¿Qué ocurre, Siria? — la voz de Zaid es un poco más ronca de lo usual. Su cuerpo se mueve, acercándose al mío. Mi cuerpo se tensa cuando una mano se pasa por mi abdomen y él me desliza por la sábana— ¿No te has dormido aún?

—no, no pude hacerlo.

Mueve uno de sus brazos, poniéndolo debajo de mi cabeza y me gira, quedando de costado, mirando hacia él. Ahora puedo distinguir dos leves brillos que, asumo, son sus ojos.

—cierra los ojos, intenta respirar profundo— su pecho vibra contra mi mejilla cuando habla— la tormenta no te hará daño, ¿Bien? Estoy contigo.

Me siento extraña cuando sus palabras tienen un extraño efecto tranquilizador y — tal como me dijo— respiro profundo y cierro los ojos. Logro escuchar sus latidos, retumbando suavemente contra mi oído. Me centro en eso. El sonido de su flujo sanguíneo cubre el de la lluvia y el viento y poco a poco, mis músculos se relajan hasta que duermo.

No voy a mentir y decir que no me moví o desperté durante la noche, pero tengo que admitir que dormí mucho mejor que otras noches. Al menos no tuve pesadillas. Ningún recuerdo malo me atacó esta noche.

Cuando despierto, la tormenta está finalizada y Zaid me está dando la espalda. En algún momento de la madrugada, se giró. Veo la luz del sol entrar por la ventana y suspiro, tranquila de que el clima haya mejorado. Intentando no hacer mucho ruido, salgo de la cama y voy al baño. Me enjuago la cara, viendo mi reflejo cansado en el espejo. Jamás he dormido bien. Ni en el convento ni aquí, porque ambos lugares siempre me resultaron amenazantes, de algún modo.

Obediencia |+18| (borrador)Where stories live. Discover now