ᴅʀᴀᴄᴏ ᴍᴀʟғᴏʏ.

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Draco miraba fijamente su pluma mientras le daba vuelta entre sus dedos, habían pasado tantos años... Pero él aún no se sentía bien, no estaba bien.

Toda su vida había sido intimidado por su padre, a quien, a pesar de amarlo, no podía evitar pensar de vez en cuando que su vida había sido estropeada por él. Sino hubiera sido por su madre, no hubiera soportado su niñez, o su adolescencia, ni su adultez.

«Mi madre...» Pensó y soltó un suspiro melancólico.

Una de las mujeres más importantes de su vida, la mujer que lo acurrucó y lo protegió bajo su túnica tantos años, una mujer que nunca se equivocaba, una mujer astuta y valiente. A pesar de que él se equivocara, jamás iba a ver defectos en él.

¿Qué mujer sería más dulce que ella...? Quizá Astoria, de la que se enamoró después de la guerra y de la que aún seguía enamorado aunque ella ya no estuviera, una mujer dulce, amable, buena madre y buena esposa. ¿Qué tan maldito estaba él para que la vida le robara al amor de su vida? La mujer que se unió a él de por vida sin importarle su pasado ni sus errores, la mujer que le había obsequiado tres hermosos hijos, a quienes amaba más que nada en el mundo.

¿Qué tan maldito...?

Sus hijos eran como gotas de rocío, que se posaban con delicadeza sobre una orquídea después de una tormenta agobiante y abrumadora. Se sentía bendecido, sólo por el hecho de que existieran.

“ —Papi, prométeme que jamás, jamás, jamás... —exageró la pequeña Atena de ocho años. —Te irás de mi lado. —Completó.

Prométeme tú que jamás, jamás, jamás... —imitó a su hija. —Te irás de mi lado.

Papi, yo jamás, jamás, jamás... —dijo con voz ronca y alzando el dedo índice para hacer hincapié en que lo decía muy en serio. —Me iré de tu lado. ”

Draco sonrió por el recuerdo de su hija, era ella tan parecida a Astoria; con la tez pálida, ojos negros y sus cabellos castaños... De no ser tan elegante y cordial al hablar, nadie reconocería que esa pequeña tan dulce era una Malfoy.

Draco no quería imaginar el día en el que Atena se fuera también de su lado. Sabía que no merecía que nada bueno le pasara, pero sentía el brillo de la esperanza que yacía en su corazón, diciéndose a si mismo que quizá en algún momento iba a dejar de ser tan desdichado.

—Padre. —Draco levantó la vista para encontrarse con los ojos grises de su hijo mayor. —Te he traído los documentos que debes revisar.

—Déjalos por ahí, Leo. —pidió utilizando un tono de voz sobrio.

—Los he seleccionado muy bien, sé que no te gusta leer el papeleo, y que a tu secretaria no le gusta ahorrarte el trabajo.

—Gracias, hijo. —esas dos palabras bastaron para que Leo Malfoy supiera que algo andaba mal.

—Padre, ¿estás bien? —cuestionó un poco abrumado, los ojos grises de su padre se veían perdidos.

—Lo estoy, hijo. —para Leo, ser llamado hijo, en vez de su nombre de pila se le había hecho extraño después de los doce. —Gracias.

Leo dudó un poco antes de salir del despacho de su padre, pero lo hizo de todas formas porque no deseaba molestarlo con preguntas repetitivas. Conocía el carácter de su padre, detestaba el exceso de preguntas tanto como que le hicieran perder el tiempo.

Draco no volvió la vista a la pluma hasta que vio a su hijo cerrar la puerta detrás de él. Draco hubiera deseado ser como el mayor de sus hijos, Leo era el hombre más formal y cordial que tenía la familia, no tenía un tras fondo, lo que vez es lo que hay; un hombre bien parecido, educado, inteligente, hábil y cortés. No había más, ni menos.

𝐁𝐞𝐥𝐥𝐚𝐭𝐫𝐢𝐱 𝐊𝐫𝐮𝐦¹ © ┊ ᵗʰⁱʳᵈ ᵍᵉⁿᵉʳᵃᵗⁱᵒⁿ [Terminada] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora