Capitulo 32: Algo pasó de camino al paraiso

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Nathaniel Archer

Jamás había odiado tanto ser quien era. Jamás pensé que amar a alguien me sería tan complicado. Me dolía ser yo el causante de las lágrimas que la mujer que amaba derramaba. Era un desastre total y eso no cambiaría. Me senté en la cama de aquella habitación donde sí..., sentí placeres inmensos pero también sentí como el alma se me iba yendo de a poco. Saque de mi bolsillo el anillo que había mandado a hacer para Catalaia. Había quedado hermoso y mirándolo por unos minutos vi reflejado en aquel diamante toda una vida que se quedaría en un tal vez, sin realizarse. Tenía mucha ilusión y al mismo tiempo miedo por la reacción de ella al ver el anillo pero era una reacción que nunca vería en su rostro. Agarré todos los usb y echándolos a una papelera los quemé todos mientras esa imagen de Catalaia mirando como follaba con Odette me torturaba una y otra vez. Intenté ir detrás de ella pero algo entre los dos había cambiado. Esa complicidad, ese amor que sentíamos estaba intacto pero algo nos había distanciado y no tenía duda alguna que Odette estaba detrás de todo. Cata creía que no la deseaba, que no era lo suficiente para mi. Pero era todo lo contrario, yo era muy poco para un ser tan perfecto como ella. Quería que le hiciera parte de mi mundo pero lo que ella no acababa de comprender era que ese mundo era un puto infierno. Que no quería hacerla parte del infierno del cual quería dejar atrás de una vez por todas. Ya eran dos anillos que no podía darle, y eso me lastimaba en lo más profundo. Verla sufrir, creer lo que creía era como ir clavando de a poco un cuchillo rasgando la piel lentamente. No podía hacerla feliz por más que quisiera porque no sabía cómo hacerlo. Lo intentaba y siempre fracasaba. Mire el anillo y luego mire toda aquella habitación llena de artilugios puramente morbosos,  hasta tortuosos y ambas cosas no cuajaban. Esa noche no pude dormir, tenía miedo de que ella se fuera y a la mañana siguiente no estuviera ni ella ni mi pequeña Eleanor. Pero ella no se fue, se quedó toda la noche dormida en la habitación de nuestra hija con lágrimas secas en sus mejillas y yo verla así me recordaba lo miserable que era como ser humano. Si había algo que me distraía un poco era el trabajo, pero había algo que debía solucionar de una buena vez. Al llegar a la empresa, allí estaba Rebecca con su típica sonrisa extremadamente perfecta y hasta cierto punto inquietante.

— Tu.., a mi despacho ahora.

Ella entró seguido de mi al despacho y al cerrar la puerta la arrinconé y fusilando su rostro con la mirada pregunté.

— ¿Qué demonios haces aquí? ¿Qué es lo que quieres?

— Señor..., ¿Qué le pasa?

— ¿Trabajas para Odette?

— ¿Que?

— ¡Responde!

— No señor, no se quien es esa mujer, se lo juro.

— Vas a agarrar tus cosas, y te largas de mi empresa y es ya. Y respecto a todo lo que le dijiste a mi mujer, no le llegas ni a los talones porque mujerzuelas ofrecidas como tú, sobran. Y da gracias que no hago que te quedes sin trabajo en toda el país. Ahora lárgate.

— Uy..., veo que la mañana no ha empezado bien para muchos

Levante la mirada y Odette estaba en la puerta sonriendo como si tuviera la sartén por el mango. Miró a Rebecca y con cierta repugnancia comentó.

— Ciertamente está mujer no trabaja para mi, se elegir mis empleados y está no tiene madera para eso. Se le nota de solo ver cómo viste..., vulgar.

Rebecca salió del despacho casi corriendo y Odette entró cerrando la puerta y caminando por el despacho pavoneándose dando a demostrar que no tenía miedo ni temor alguno por mi reacción.

— Lárgate de mi vista infeliz porque no respondo.

— ¿Irme? No..., tenemos mucho de que hablar.

Después de Tí Where stories live. Discover now