Capítulo 24

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Lena se despertó sudada. Había soñado con Kara en el jardín. Las muñecas aferradas, su sonrisa burlona y su mirada pícara... acabaron dándose un revolcón salvaje en el césped. No pudo contenerse y agarró las sábanas con sus manos con fuerza, recordando el sueño a la perfección. Se maldijo por dentro; tantos sueños olvidados cuando se levantaba y se acordaba específicamente de ese.

Su mano bajó por su camisón, imaginando que era la mano de Kara como en su sueño. Llegó al borde de sus bragas, introduciendo los dedos y acariciando el monte de venus. Imaginó que Kara devoraba su cuello, sus clavículas, su pecho... Su dedo palpó su clítoris, claramente mojada como si fuera una cascada. Hundió más su dedo, apretando su clítoris con fuerza y comenzó a tocarse, haciendo movimientos circulares con lentitud. Soltó un gemido al instante y cerró los ojos de inmediato, imaginando la lengua de su vecina.

—Oh, Kara, joder... —ronroneó Lena con un gemido ronco.

Notó que la boca se le secaba ya que no paraba de coger aire y soltarlo, sustituyéndolos por los gemidos. Sus movimientos se volvieron más bruscos, imaginando que Kara la devoraba con más efusividad y fuerza. Su mano pellizcó su pezón con vigor sin que la otra parase. Era fácil imaginarse a Kara en todos los sentidos, pero el que más le gustaba era este sin duda. Llegó al clímax en cuestión de segundos, no hizo falta nada más que unos simples rozamientos. Mordió las sábanas, acallando los pequeños ruidos roncos y soltó todo el aire contenido de sus pulmones.

—Madre mía... —murmuró, tapándose con las sábanas avergonzada—, estoy enferma. ¿Lo estoy? ¿Está mal tocarse pensando en alguien que te gusta? No, creo que no... ¿Quizá soy imbécil por hacer esto? Puede que sí... —se preguntó y se contestó ella sola, apartando las sábanas de un tirón.

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La mañana pasó rápidamente y Lena tuvo la decisión de olvidar a su vecina. Así que, después de apenas comer, fue directamente hacia su cuarto. Si tenía que olvidarse de la rubia, tenía que deshacerse de todo lo que le recordaba a ella.

Sacó varias bolsas de basura y comenzó a toquetear todos los estantes, armarios y escritorio. Primero se lanzó a por los libros, aquellos que decía Lena que no le gustaban, ni siquiera se los leería si le dieran dinero para hacerlo. Pero Kara igualmente se los envolvió y se los dejó en su cama por navidad —finalmente los leyó por el detalle—. A la basura.

Luego recorrió su armario: todas las vestimentas pasadas de moda, todos los zapatos que le tiraba por la ventana y todos aquellos disfraces que Kara rompía por Halloween, pero que guardaba con cariño. A la basura.

Encima de su escritorio, aunque fuesen cosas minúsculas, eran las cosas que más le recordaba a la rubia. Las agendas que pintorreaba el apodo de Kara con un demonio al lado o con la frase de "es una estúpida" y similar, las libretas con garabatos de la rubia y los libros de texto con páginas arrancadas. Los bolígrafos favoritos con mordidas, las gomas partidas con su nombre en boli BIC y las tijeras oxidadas que Kara robaba cuando intentaba cortarle un mechón. A la basura.

Llegó al cajón escritorio, exhausta por su gran trabajo y avance, y lo abrió con cuidado. Todas aquellas cartas navideñas, todas las cartas de San Valentín y felicitaciones de cumpleaños. Se quedó mirando una a una, recordando con nostalgia todos los insultos pintorreados que en realidad hacían gracia.

La última carta de cumpleaños tenía pintado dos vacas. Una con una flecha que sobresalía de su cabeza con el nombre de Kara, indicando que era ella. Tenía —el intento— maquillaje. Otra que parecía triste, más redonda y fea, sujetando un libro en sus pezuñas e indicando que era Lena. Ponía "feliz cumpleaños, cerebrito, ya sabemos que la guapa soy yo".

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